Una fachada habanera apuntalada para evitar el derrumbe.
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Crónicas del Noroeste VII: una cuestión de identidad

Por el Padre Alberto Reyes
Los7Días.comLos gatos no vuelan. Saltan bien, son envidiablemente elásticos, pero no pueden volar. Y el por qué es muy sencillo: su identidad lo impide.

Algo parecido sucede en el ser humano con la verdad: una vez que aparece, se impone. Se puede ser corto de mente y no ver la verdad; se puede estar equivocado y no entender la verdad; pero cuando la verdad se ve y se entiende, se impone a la razón. Podemos negarla, amordazarla, silenciarla, intentar desesperadamente que responda a nuestros intereses y no a la realidad, pero una y otra vez nos clavará su mirada y nos dirá: “¡Mientes!”.

Entre el sometimiento y la rebeldía
La verdad puede ser sometida a muchas cosas: a intereses políticos, ideológicos, religiosos…, a intereses personales, a los propios miedos, pero siempre, una y otra vez, se negará a ser esclava, y desde el fondo más sagrado de nuestra conciencia, se rebelará y se resistirá a ser maniatada.

Y es que la verdad tiene vida propia, porque habita en la conciencia, ese prodigio que puede ser ensombrecido, manipulado, engañado…, pero que, como los árboles, renace, una y otra vez y, como la aurora, tarde o temprano, rompe las tinieblas con una luz imparable.

Una cuestión de elección
Desde nuestra identidad, la verdad se impone. Desde nuestra decisión, podemos negarla, pero pagando precios muy altos.

Uno de los precios es la renuncia a la libertad. Si miento, por la razón que sea, me convierto en un esclavo, y el esclavo vive con miedo, porque sabe que el más mínimo desliz le costará todo.

Apuntarse a la mentira es dejar de existir, porque ya no soy yo. Me convierto en un maniquí vacío de vida y lleno de ideas, eslóganes, frases hechas…, mías o de otros, eso da igual. Si la mentira me hace esclavo de otros es mucho más triste, pero aun cuando soy esclavo de mis propias mentiras, el resultado es el mismo: no existo, soy una sombra, y pierdo día a día la única vida que se me ha permitido tener.

Vivir en la verdad puede doler, puede ser problemático, pero es el único modo de existir realmente, y es el único camino hacia el bien mayor, mío y de otros. Vivir en la verdad es, ante todo, un compromiso con uno mismo.

Elegir la mentira implica renunciar a la fidelidad a la realidad, apostando por un mundo artificial que construimos para hacernos la idea de que así estamos mejor, de que así todo funciona mejor, de que así nos convertimos en ganadores, sin darnos cuenta de que nos vamos quebrando, nos rompemos por dentro, sin felicidad, sin paz, evadiendo el silencio donde es más claro escuchar la voz de la conciencia diciéndonos: “¿no te das cuenta que tu vida es un fraude?” Vivir en la mentira es intentar ocultar un incendio cerrando las ventanas, mientras fingimos estar tranquilos y seguros.

¿Así quieres vivir?
Mintiendo se puede llegar muy lejos, se puede lograr mucho poder, se pueden ver crecer los bienes materiales, se pueden abrir muchas puertas. Del mismo modo, sometiéndonos a la mentira, podemos evitar muchos problemas, podemos lograr la supervivencia…, pero en todo caso, se pierde la vida, nuestra única vida.

Y las “ganancias” no compensan la pérdida.

¿Y si intentamos ser humildes?

Los problemas complejos no tienen soluciones simples, pero todo problema, por muy complejo que sea, empieza a solucionarse desde pasos pequeños. Yo entiendo que cuando se ha andado mucho por un camino se hace difícil parar y cambiar el rumbo, pero creo que es mucho peor persistir en la dirección en la que la realidad indica, cada vez con más claridad, que no hay una salida.

Soy consciente de mi pequeñez, y me siento como una voz que grita en el desierto, pero creo que es mejor gritar en el desierto que callar. Y desde la conciencia de mi nada yo hablo de la realidad que veo, de lo que se impone a mis sentidos: un pueblo cansado de este estéril “espíritu de revolución”, de un absurdo “resistir y vencer”, de “hacer más con menos”, de “batallas de ideas”, de “aquí no se rinde nadie”, de “socialismo o muerte”, e incluso de “patria o muerte”. Años y años entre eslóganes de guerra, mientras añoramos tiempos de paz. No veo a un pueblo deseoso de dar su vida para construir una revolución, sino a un pueblo desesperado porque la llamada “revolución” les dé respiro para construir su vida.

A ustedes, que tienen las riendas del poder político de esta isla, ¿no ven a este pueblo clamar por un cambio? ¿No van ustedes a tener el coraje y la inteligencia de iniciar esos cambios, de modo que pueda lograrse una transición pacífica y podamos todos al final llegar a un acuerdo desde la paz? Porque la realidad se impone, y este pueblo lleva mucho tiempo dando signos de que no quiere una continuidad, aunque se insista en ello una y otra vez. Esta revolución fue un sueño hermoso para muchos, y entiendo que uno se aferra a los sueños hermosos, pero el sueño no nos trajo ni el pan ni la dignidad, y es sabiduría cambiar cuando la realidad pide otras respuestas. Y lo mejor, lo más sensato, amén de lo más elegante, sería una propuesta desde las estructuras de poder. Porque cuando los ríos se desbordan, sólo dejan a su paso destrucción y muerte.

A ustedes, que responden a los órganos de poder y, de hecho, los sostienen: ejército, funcionarios, ministros…, a ustedes que no pueden no ver la realidad, a ustedes que tienen oídos para escuchar a sus familias, a sus amigos, a sus vecinos, a ustedes que tienen también una conciencia y una responsabilidad. ¿Es que no ven? ¿Es que no escuchan? ¿Es que no comprenden que no podemos seguir así, y que en un país a la deriva nadie está a salvo, ni ustedes ni sus hijos? ¿Es que no ven que ya nadie confía en que estamos en “el camino correcto”, ni que lograremos construir una sociedad feliz y próspera? ¿Lo creen ustedes?

Conciencia de la verdad
Ustedes tienen una conciencia, y en esa conciencia vive la Verdad, y ustedes saben, tienen que saber. Y ustedes tienen que haberse preguntado alguna vez cómo los recordarán sus hijos y sus nietos. Y quiero creer que alguna vez se han preguntado si están haciendo lo correcto. Y quiero creer que alguna vez han deseado morir en paz con su conciencia.

Entiendo que no es sencillo, entiendo que hay mucho en juego, pero ¿y si todos nos hacemos un poco más humildes y reconocemos que necesitamos un cambio de rumbo, un espacio nuevo en el que todos tengan cabida?

El cubano no es un pueblo rencoroso, y lo ha demostrado. La tónica de los gritos de este pueblo no deja de ser la del diálogo y la inclusión. No queremos violencia, no queremos gritos, no queremos descalificaciones, no queremos actos de repudio. Pero tampoco queremos someternos más, tampoco queremos convertir nuestra vida en una mentira, tampoco queremos que se siga insultando nuestra inteligencia.

Reconozco que puedo ser yo el que está equivocado, pero quiero ser fiel a mi conciencia, a lo que veo, a lo que se impone a mis sentidos. Y cuando miro a mi tierra en estos momentos no puedo menos que pensar en unos versos de Pablo Neruda: “Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera”.

Creo, profundamente, que la primavera de una Cuba nueva está llegando, y que es imparable, y rezo con todas mis fuerzas para que todo eso que significa la primavera: armonía, color, luz, gozo…, encuentre corazones que se abran a ella, la reciban y le digan: “cuenta conmigo”.

Las opiniones y el contenido expresados en este artículo son exclusivamente las de su autor y no reflejan la posición editorial de Los7Días.com.

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