Por María Victoria Olavarrieta
Los7Días.com
Desde la medianoche del 25 de marzo comenzó el confinamiento en la Florida, pero ya desde dos semanas antes, los homes de Miami prohibieron las visitas de los familiares para proteger a los ancianos del COVID-19.
La intención era buena, pero no pudimos evitar el contagio y todos sabemos lo que ocurrió en los homes. Son casi 120 largos días ya, en que estas personas no reciben una visita. Es muy difícil hacerle entender a un anciano que su familia no lo ha abandonado, que no se puede ir a verlos por ley.
Son tan pocos los familiares que visitan a sus mayores que no haría gran diferencia, a los efectos de protegerlos del virus, que se levantara esta restricción. El personal médico, sanitario y toda la empleomanía tienen que entrar y salir diariamente.
En Gran Canaria, regularon las visitas a un solo familiar y siempre el mismo. Eso podría ser una forma de flexibilizar las restricciones del confinamiento y ayudaría a paliar en algo la soledad que se vive en los homes.
Para un anciano, que sabe que está en la recta final de su vida, recibir la visita de algún familiar puede ser su único motivo de alegría.
Para protegerlos del contagio, no los llevan a los salones a almorzar juntos, permanecen en sus habitaciones y ven gente cuando entra la enfermera a darle las medicinas y la auxiliar a bañarlos o a limpiarlos con toallitas en su misma cama. Me gustaría saber qué se ha hecho para protegerlos del aislamiento, tan nefasto en estas edades, cómo los ayudan a superar esa conciencia de inutilidad que he visto en ellos, de saberse una carga para la familia que crearon y para la sociedad.
No solo de pan vive el hombre. Estos ancianos lo que de verdad necesitan con mucha urgencia es recibir cariño, es ver la carita de un nieto, es que alguien escuche sus cuentos una y otra vez. Lo bueno de esto es que todos vamos para viejos y a todos nos va a llegar nuestro día.
La responsabilidad de cuidar a tus padres, a tus abuelos no la tiene el gobierno, la tienes tú. En toda sociedad hay personas solas, familias muy pobres que de verdad no pueden cuidar de sus mayores; esos eran antes las personas que acababan su vida en un home y que es justo que el estado ayude. Ahora las donaciones se dejan en el Goodwill y los viejos en el home.
Hay ancianos que con el cheque que reciben del estado, si hubiese voluntad y espíritu de sacrificio en sus familias, podrían ser cuidados por ellas, pero no, prefieren darle el cheque al home y desentenderse del problema. Con ese dinero que reciben los homes deberían pagar más asistentes y mejores salarios y promover que las escuelas llevaran más a los niños a visitarlos.
La última vez que estuve visitando el Floridian Nursing and Rehabilitation Center habían pasado por allí estudiantes del colegio católico de la parroquia de Saint Michael que está en la calle Flagler, al lado del Dade County Auditorium. Una anciana vino a mí con una rosa muy marchita y me la enseñaba como si fuera un trofeo.
–Mira, mijita, lo que me trajo de regalo un niño. Yo le dije que se quedara con ella, que ya yo estoy muy vieja y fea para esa rosa, pero él me dijo que era para mí.
A los pocos minutos, regresó con la flor y volvía a hacerme la historia una y otra vez. Cada vez que entraba a una habitación me encontraba con lo que pocas veces veo en los ancianos olvidados en los homes: sonrisas. Estaban tan felices con la visita de aquellos niños y no cesaban de hablar de ello.
El Padre Alberto Cutié, en su programa de las mañanas en la WQBA, contaba el trabajo que le cuesta, cuando va a visitar un home, llegar hasta la persona que busca. Todos quieren conversar, ser escuchados.
Desde el 13 de marzo no se puede visitar un home en Miami. Se puede sobrevivir al virus, pero no al dolor de saberte o creerte olvidado por los tuyos. Cuando empezaron a morir ancianos por el virus se escucharon voces; ya después, morir un poco cada día de soledad, de sufrimiento, ya eso es muerte natural.
Cuando le preguntaron a la Madre Teresa de Calcuta donde había encontrado más pobreza en el mundo, ella que fue llamada la Santa de las alcantarillas, dijo: “La mayor pobreza la he encontrado en Estados Unidos de Norteamérica; es la soledad en la que viven tantas personas, el no significar nada para nadie”.
En el atardecer de la vida seremos examinados en el amor. Lo dijo San Juan de la Cruz.
Hoy le he enviado tweets pidiendo ayuda para que se flexibilice el confinamiento al presidente, gobernador, alcalde, congresistas, periodistas. Cuando me despedí de los ancianos de un home aquí, el último día que se permitieron visitas, una señora que padece demencia senil me tomó por el brazo y me dijo: No te olvides de nosotros. Después de cuatro meses sin ir a verla, ¿habrá encontrado en su mente desgastada y enferma, algún motivo para excusarme?