Por Andrés Hernández Alende
Los7Días.com
En China, donde surgió la pandemia del COVID-19, la cifra de muertos es de poco más de tres mil, pero en los Estados Unidos ya es cuatro veces más.
La ciudad china de Wuhan, donde apareció la epidemia de coronavirus que se ha extendido a todo el planeta, le acaba de decir adiós al confinamiento de sus habitantes, después que las autoridades anunciaron que el brote está bajo control.
Este miércoles salió de la ciudad el primer tren, después de unas estrictas medidas de aislamiento que duraron 76 días.
Los 11 millones de residentes ya pueden salir sin autorización del gobierno, pero deben llevar una aplicación en sus teléfonos móviles que los rastrea e indica si están sanos y si entran en contacto con una persona enferma. La tecnología los vigila, pero esta vez para una causa necesaria y salvadora.
Penosa secuela
Entretanto, en los Estados Unidos, el nuevo epicentro de la pandemia, la plaga avanza con su penosa secuela de fallecimientos y contagios. Después de negar durante semanas la gravedad del COVID-19, el presidente Donald Trump extendió las medidas de aislamiento y distanciamiento social hasta el 30 de abril. El 30 de marzo, en una comparecencia pública sobre los efectos posibles de la plaga, dijo: “Si nos quedamos en los 100.000 muertos habremos hecho un gran trabajo”.
¿Cien mil muertos? ¿Un gran trabajo? Esa afirmación revela una vanidad patológica que le nubla la visión de la realidad y le impide reconocer los errores. Según The New York Times, el asesor de comercio de la Casa Blanca, Peter Navarro, advirtió en enero que la pandemia de coronavirus podía poner en peligro la vida de millones de estadounidenses. Pero su advertencia cayó en oídos sordos.
Entretanto, en China, la cifra de muertes por la epidemia es hasta ahora de 3.333, mientras en los Estados Unidos ya asciende a 12.587.
¿Cómo es posible que en los Estados Unidos, cuya población es aproximadamente cuatro veces menor que la de China, las víctimas fatales del coronavirus sean cuatro veces más?
El doctor Anthony Fauci, director del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas de los Estados Unidos, se mostró el domingo cautelosamente optimista y dijo que la cantidad de muertes podría ser menor. La doctora Deborah Birx, coordinadora de la respuesta de la Casa Blanca al COVID-19, indicó citando un modelo de la Universidad de Washington que las víctimas mortales podrían ser unas 82.000 hasta agosto, no las 100.000 o más anunciadas anteriormente. De cualquier forma es una cifra dantesca, varias veces por encima del saldo trágico en otros países, incluidas China, España e Italia, que han sufrido una elevada incidencia de contagios. ¿Cómo es posible?
“Mano invisible”
La respuesta hay que buscarla en el sistema neoliberal vigente, que deja la reacción ante una crisis a la “mano invisible” del mercado. Pero esa “mano invisible” no ha podido abastecer a la población estadounidense de productos necesarios como mascarillas sanitarias, guantes ni desinfectantes, ni siquiera de papel higiénico, que en los primeros días de la emergencia desapareció de los anaqueles de los supermercados, comprado a la carrera por los acaparadores.
Esa “mano invisible” no fue capaz de organizar una distribución racionada de los productos básicos, aplicando regulaciones estrictas en los establecimientos en cuanto se anunció la crisis. La “mano invisible” del libre mercado tampoco logró que los hospitales tuvieran más camas para los contagiados. No proporcionó la cantidad suficiente de respiradores para los enfermos. No ofreció inicialmente a la población las pruebas que hacían falta para detectar los contagios. Y ni siquiera dotó de todos los equipos y artículos de protección necesarios al personal de atención médica, que se juega la salud y hasta la vida en la primera línea de combate frente a la pandemia. Ante la crisis, la “mano” del libre mercado no solo es invisible, sino también incapaz.
Un vistazo a las estadísticas muestra que los países con robustos sistemas de salud pública han sido los que han enfrentado el coronavirus con más eficacia. En España y en Italia, países muy castigados por la epidemia, los sistemas de medicina pública han sufrido desde hace años el asedio de políticas neoliberales en favor de la atención médica privada, y ya hemos visto cuáles han sido los resultados. Y en los Estados Unidos, ni siquiera hay un sistema de salud propiamente dicho, sino una red de hospitales y consultas médicas particulares donde el que no paga, no recibe atención. La pandemia del coronavirus ha demostrado que la medicina neoliberal es una mala receta para enfrentar las crisis y proteger a la gente. En estos casos, la “mano invisible” del mercado no funciona.