Por David J. Hall
Los7Días.com
Óscar Alberto Martínez Ramírez se cansó de vivir en la miseria, de trabajar de sol a sol en su nativo El Salvador por el equivalente de US$10, y de no poder darles una vida digna a su esposa Tania y a su hija Valeria, de escasos dos años. Óscar tomó la única decisión que, a sus ojos, tenía grandes posibilidades para resolver su dramática situación, la misma que miles de centroamericanos antes que él habían tomado con éxito: emigrar ilegalmente a Estados Unidos y pedir asilo.
El 24 de junio, las autoridades mexicanas en Matamoros encontraron los cuerpos sin vida de Óscar Alberto y Valeria, abrazados, ahogados mientras trataban de atravesar el Río Grande y llegar a la orilla en Estados Unidos. Tania, la esposa y madre, sobrevivió cuando, en medio de la corriente, decidió regresar a suelo mexicano. La terriblemente conmovedora foto de padre e hija, ahogados, bocabajo en las turbias aguas del río, explotó en las páginas de los periódicos estadounidenses, y el inevitable impacto emocional reavivó la intensa controversia política que envuelve al país y enfrenta acremente a demócratas y republicanos, y en particular encara el presidente Trump: ¿existe o no una crisis en la frontera con México?
Tema central de campaña
No es un secreto que el presidente Trump, desde que anunció su candidatura a las elecciones de 2016, hizo de la inmigración ilegal no sólo uno de los temas centrales de su campaña sino uno de los objetivos principales de su política. La promesa de construir un muro “grande y hermoso” a lo largo de la frontera sur, y hacer que México pague por su construcción todavía provoca reacciones de aprobación apasionadas entre los que lo apoyan, y acusaciones igualmente apasionadas de racismo, criminalidad y otros epítetos similares por parte de sus detractores. Entre tanto, cientos de miles de inmigrantes ilegales continúan cruzando la frontera mes tras mes —se calcula que al final del año sean más de un millón—, llevando al límite los recursos y abrumando a los agentes de inmigración y fronteras. Y las condiciones de vida en los centros de procesamiento han naturalmente descendido a un nivel que muchos prominentes opositores al presidente Trump, con la hipérbole retórica que caracteriza el discurso político actual, han calificado de “campos de concentración.”
El presidente insiste en que la situación en la frontera es una crisis, pero líderes demócratas, entre ellos Nancy Pelosi, Charles Schumer y Jerry Nadler; personalidades de la prensa y hasta Republicanos “nevertrumpers” se han llenado la boca para decir que la crisis es imaginaria, falsa, fabricada, inventada por Trump para efectos políticos.
La inmigración ilegal no es un fenómeno nuevo para Estados Unidos, pero el aumento geométrico en los últimos dos o tres años está en proporción directa con la actitud permisiva, más que permisiva estimuladora, del Partido Demócrata hacia los que pretenden ingresar al país sin respeto alguno de las leyes, pasando por delante, “por sus pantalones”, de los cientos de miles que en el mundo entero aspiran y esperan, legalmente, llegar a “la tierra prometida.”
Según cifras oficiales de los servicios de inmigración de Estados Unidos, en 2017 se registraron 304.000 aprehensiones de inmigrantes ilegales en la frontera con México; 41.400 de ellas de menores no acompañados, y en 2018 la cifra de los primeros subió a 396.500; y a 50.000 la de los segundos. En lo que va de 2019, las detenciones ya suman 593.500; 56.000 de menores no acompañados, un salto de 95 por ciento y 36 por ciento, respectivamente desde 2017… y sólo estamos a tres cuartas partes del año fiscal.
Redadas contra ilegales
Por supuesto, la capacidad de procesar y alojar a esta enorme masa humana ha sufrido en consecuencia, pero para los nevertrumpers de cualquier signo, en particular para el liderazgo del Partido Demócrata, la situación es “una crisis inventada” por el presidente Trump. Bueno… hasta hace sólo unos días, porque ante la intransigencia demócrata y urgido a hacer algo, cualquier cosa, para intentar resolver la situación planteada por el incremento desmesurado de la inmigración ilegal, el presidente Trump amenazó con iniciar redadas para capturar a ilegales y deportarlos a sus países de origen.
La amenaza, en principio, parece haber dado resultado, al menos parcialmente. Los Demócratas al inicio pusieron el proverbial “grito en el cielo” y acusaron al presidente de utilizar tácticas fascistas, hitlerianas contra los inmigrantes (dejando convenientemente fuera el adjetivo ilegal.) Pero, escudándose tras la foto de la tragedia sufrida por Óscar Alberto Martínez y su hija Valeria, y a pesar de la estridente oposición del ala más radical del partido, personificada por la representante por NY, Alexandra Ocasio-Cortez, Nancy Pelosi logró llamar a buen recaudo a la mayoría de los demócratas en la Cámara de Representantes y, aceptando tácitamente que en efecto hay una crisis, aprobaron, como lo había solicitado el presidente Trump, un fondo humanitario de emergencia de 4.500 millones de dólares para encarar la situación en la frontera.
La medida es insuficiente y llega tarde, pero es un buen comienzo para tratar de resolver lo que sin dudas es una crisis humanitaria, pero de fuerte trasfondo político, que escala a gran velocidad.
Mientras Estados Unidos siga siendo el país más rico del planeta, tendrá que enfrentar el problema de la inmigración ilegal, sobre todo teniendo un mundo de pobreza en su frontera sur. Pero es eminentemente hipócrita por parte de un sector político estimular la inmigración ilegal —esto es tema para otra reflexión— con el fin de avanzar su agenda partidista, negar los recursos necesarios para controlar dicha inmigración ilegal, y a la vez denunciar como inhumanas, con indignación selectiva, las condiciones provocadas por la falta de control que ellos mismos estimulan.