Por David J. Hall
Los7Días.com
Hace un par de días, un amigo australiano especialista en mercados bursátiles internacionales me comentaba: “Trump, más allá de que lo odies o lo ames, no se puede ignorar el impacto positivo que ha tenido en la economía de Estados Unidos…”
Esta opinión, no solicitada de un extranjero sin vela en nuestro entierro, me dejó pensando en la extrema polarización que domina el clima político en Estados Unidos desde que Donald Trump ganó las elecciones presidenciales de 2016.
Las discrepancias ideológicas entre demócratas y republicanos son tan viejas como la historia política del país, y tan americanas como el pastel de manzanas. Esas diferencias reflejan de forma estructural las dos principales vertientes del pensamiento ciudadano, son la base intelectual del sistema bipartidista norteamericano y el motor que impulsa la dinámica sociopolítica de la mayor democracia del mundo.
Diferencias políticas
En principio, las diferencias políticas son saludables e imprescindibles para la supervivencia de la democracia; la prueba está en que una de las características fundamentales de las dictaduras de cualquier signo es la imposición del pensamiento único. Pero el rencor, vitriolo y odio que permea el ambiente político actual en Estados Unidos nos ha llevado a un punto en que, entre otras cosas, un gran segmento de la población, aunque se beneficia de las políticas del presidente Trump, rehúsa, con pasión visceral, concederle algún crédito, y califica su gestión de desastre trascendental.
Trump como ser humano y como presidente, como cualquier hijo de vecino, está lejos de la perfección. Su estilo personal puede ser brusco, ha dicho cosas sobre las mujeres que no suenan bien ni en la boca de un camionero, no tiene la sofisticación de JFK, el aire aristocrático de FDR, el aura de decencia de George H.W. Bush, la elocuencia de Ronald Reagan o el carisma de Bill Clinton. En el plano político, algunas de las decisiones de su administración se prestan a acalorado debate y despiertan fuertes pasiones primitivas entre adeptos y detractores, como la construcción de un muro a lo largo de la frontera con México. Y su visión de la inmigración ilegal es quizá el ejemplo más estridente.
Pero el neoyorkino conoce su libro El Arte de la Negociación, y un punto en el que los hechos le asignan un éxito incontrovertible es el extraordinario boom que la economía norteamericana ha experimentado desde el mismo día de su elección. Y es aquí, paradójicamente, donde la oposición a Trump toma visos irrazonables, porque resulta más fácil acusar al presidente de racista (pasa todos los días) basándose en algún comentario controversial, que negarle el crédito por la indiscutible bonanza económica que ha beneficiado a casi todos los sectores del país bajo su administración.
¿Una varita mágica?
En unas declaraciones en junio de 2016, en plena campaña electoral, el entonces presidente Obama se burlaba de las promesas del candidato Trump de traer de regreso a Estados Unidos empleos que se habían ido al extranjero, aumentar por encima del 3% el PNB (GDP), reducir el desempleo por debajo de 4% y en general estimular la economía. “¿Qué varita mágica va a usar?” Trump “no tiene repuesta.”
No sé si fue una varita mágica, pero aquí está la respuesta:
El 7 de noviembre de 2016, el día antes de las elecciones presidenciales, el índice Dow Jones, uno de los principales barómetros de la economía estadounidense, cerró con un valor de 18,259. El 21 de junio de 2019, el Dow Jones cerró a un valor de 26,719, un alza extraordinaria de más de 43% en sólo dos años y medio de administración Trump.
El lector no podrá negar que los siguientes logros han beneficiado a una gran mayoría de la población:
- Índice de crecimiento del PNB sostenido entre 3.4 y 4.2 por ciento.
- Miles de empleos que se habían ido a otros países, han regresado.
- Más de 5 millones de empleos creados .
- Índice de desempleo por debajo de 4 por ciento
- Índice de desempleo más bajo de la historia (desde que se compilan estas estadísticas) entre Afroamericanos – 5.9 por ciento.
- Índice de desempleo más bajo en la historia entre Hispanoamericanos – 4.2 por ciento.
- Índice de desempleo más bajo de la historia entre Asiáticoamericanos – 3.1 por ciento.
- Más empleos disponibles que cantidad de personas en busca de empleos por primera vez en la historia
- Índice de confianza de los consumidores más alto de los pasados 20 años.
¿Debo seguir? Podría, porque las estadísticas abundan, pero no creo que haga falta. Y todo esto, mientras la administración del presidente Trump se ha visto asediada desde el primer día por sus oponentes políticos, con acusaciones de connivencia con los rusos para robarse las elecciones, asunto investigado ad nauseum al respecto por un fiscal especial. También ha encarado una guerra sin cuartel de parte de la mayoría de los medios de prensa. Por favor, señores, si esto no es un éxito rotundo en el ámbito económico, no sé entonces qué lo sería. Adorarlo u odiarlo es prerrogativa de cada cual, pero negar el éxito de su gestión económica suena a antitrumpismo a ultranza.
Pero… cada loco con su tema. Como reza una frase acuñada por un conservador con excelente sentido del humor: “Si el presidente Trump caminara sobre las aguas como Jesucristo, sus detractores dirían: ‘Trump no sabe nadar!’”
