Por César Chelala
Los7Días.com
Como médico y escritor en temas en derechos humanos no me faltan motivos de preocupación, tales como los conflictos sangrientos en varias partes del mundo y la crisis económica que afecta a varios países. A ello hay que agregar que hay muchos lugares hoy en día donde no se respetan los derechos humanos, o donde la violencia y la brutalidad de la guerra golpea en una de sus múltiples manifestaciones a los involucrados en ellas y a los civiles no combatientes.
En esos momentos de desánimo, me gusta visitar uno de los muchos barrios fuera de Manhattan, donde el cambio de ambiente hace maravillas para mi estado de ánimo. Uno de mis lugares favoritos es la playa de Brighton, una comunidad en Coney Island, en el barrio de Brooklyn, a la que se llega por un trayecto en subterráneo desde Manhattan. Especialmente en verano voy a este paseo marítimo donde, sentado frente al mar, siento mis energías renacer con la brisa salada proveniente del mar.
Diversidad étnica
Cuando hace más frío, visito uno de los negocios étnicos abundantes en esa zona y me deleito en su variedad. Cuando mi apetito está en plena fuerza, voy a uno de los muchos restaurantes en la zona para disfrutar de una comida diferente de lo que habitualmente puedo comer en casa.
Esta zona está poblada en gran parte por inmigrantes judíos que dejaron la antigua Unión Soviética a partir de la década de 1970 y cuya afluencia continúa hoy en día. Hace años, el área fue apodada “La Pequeña Odessa”, debido a que muchos de sus residentes vinieron de allí. Es ésta una ciudad en Ucrania a la que el poeta Aleksandr Pushkin la caracterizó como “la más europea de las ciudades rusas”. Recuerdo la agradable sorpresa de un amigo –con quien estaba cenando en uno de los restaurantes rusos del área– cuando se dio cuenta de que muchos de los clientes presentes esa noche provenían originalmente de allí, la ciudad natal de sus padres.
Más recientemente, nuevas oleadas de inmigrantes se han unido a los rusos –vietnamitas, armenios, turcos, mexicanos y paquistaníes– lo que lo convirtió en un barrio aún más cosmopolita. Durante el verano, multitudes de personas del barrio y aun de Manhattan vienen a disfrutar los placeres de la playa.
La lectura de las noticias en los últimos tiempos ha sido particularmente desalentadora: El conflicto permanente entre los israelíes y los palestinos, sin ninguna pista de un acercamiento efectivo entre ellos; la violencia sostenida en Afganistán, Siria e Irak, países cuyas llagas nunca sanan. En muchos países, la vida se ha convertido en una mercancía despreciable.
Otro mundo
Quiero olvidarme de estos eventos. Entonces tomo el subterráneo y, después de casi una hora, llego a otro mundo. Estoy sentado frente al mar en la playa de Brighton. Hoy es un día relativamente frío por lo que hay poca gente alrededor.
Una mujer joven llega con su hijo y se sienta a mi lado. Ella envía a su hijo a jugar en la arena. Por las observaciones ocasionales que la mujer le hace pienso que ella es de origen ruso. El niño es feliz jugando con una pelota. De repente deja la pelota. Ha visto una línea de hormigas gigantes que se mueven a lo largo de la arena. Junta un puñado de las mismas y lo aplasta con una mano.
Al ver esto, su madre, que hasta entonces había estado tejiendo en silencio pone a un lado su labor de punto, le hace señas a su hijo para que se acerque, pone su mano en el hombro del niño y, en voz baja, pero con un fuerte acento extranjero le dice: “No hagas eso nunca más. Nunca se lastima a nadie, ¿me oyes? Nunca se lastima a nadie!”.
El niño mira a su madre con una mezcla de miedo y sorpresa. Luego abre el puño y poco a poco deja caer las hormigas muertas en la arena, una tras otra. Cuando termina de hacer eso, la mujer levanta a su hijo y lo besa. Una amplia sonrisa se dibuja en la cara del niño quien, regocijado, abraza fuertemente a su madre.
Este pequeño incidente me mostró una vez más, de manera inesperada, que algunas de las más simples y sin embargo más profundas lecciones de la vida se pueden aprender desde temprana edad. Y ese motivo me llenó de esperanza.