Por Otto Rodríguez
Los7Días.com
A todos los que hemos vivido en este principio de siglo, y especialmente a los que nacieron con él, nos hace falta un Neil Armstrong. Alguien que nos inspire a ver más allá de Instagram, Snapchat y Candy Crush.
Necesitamos alguien, o algo, que justifique lanzar el ticker tape parade más espectacular de las últimas cinco décadas. No necesariamente un desfile triunfal por haber aplastado enemigos en campañas bélicas, ni tampoco los que suceden en un par de ciudades de Norteamérica cuando el equipo ganador de la Serie Mundial saca el último out de la temporada o LeBron anota la canasta definitiva.
En estos tiempos en que Estados Unidos ha llegado incluso a depender de Rusia para poner astronautas en órbita, o sencillamente subir al espacio algún tipo de experimento, creo que necesitamos una fuerte dosis de optimismo, un hecho que colectivamente nos inspire a mirar al horizonte y querer tocar nuevas orillas. Después de todo, no viene mal refrescar un poco los titulares con algo que no sea ISIS, los rumores de cómo será el próximo iPhone o la retórica simplista de Donald Trump.
Resaca emocional
No sé bien si ha sido por la resaca emocional que nos dejaron los abominables ataques del 11 de septiembre y la profunda crisis económica que vino después, o los discursos políticos altisonantes y crudos de los últimos tiempos, pero creo que nos falta recuperar ese tipo de imaginación que nos permitió poner el primer hombre en la luna e ideó el regreso feliz de tres astronautas durante la fallida travesía espacial de Apollo 13.
Son precisamente esas epopeyas las que hacen que una nación extienda, más allá de sus fronteras, esperanza, bondad y sentido de propósito, especialmente en un mundo en que las ideologías han pasado a un segundo plano, en aras de una ficticia seguridad colectiva.
De esas hazañas inolvidables, tengo aún el recuerdo infantil del vuelo de Apollo 11, el que llevó a Neil Armstrong y Buzz Aldrin a caminar sobre el Mar de la Tranquilidad, mientras Michael Collins los circunnavegaba siendo el hombre más solitario del universo. Mis memorias de aquel suceso no fueron precisamente las transmisiones en vivo, pues la muralla del castrismo lo impedía, sino una simple postal en tercera dimensión con la foto de Armstrong que guardaba con mucho misterio una tía postiza.
Si aquel episodio dejó tal huella en un niño lejano, en un país cuyo gobierno importó al por mayor ideas surgidas de revoluciones ajenas, puedo imaginar el efecto que tuvo para quienes vieron por televisión, en directo, tan extraordinaria hazaña.
Despegue del Columbia
Algunos años después, ya de adulto, recuerdo escuchando en la “radio americana”, cuyas ondas de AM llegaban a La Habana con exquisita claridad, la inigualable voz y estilo de Ronald Reagan anunciando el primer vuelo del transbordador Columbia. ¿Un cohete que vuela al espacio y regresa? Difícil de concebir, pero Estados Unidos lo podía todo.
De ahí que una de mis primeras aventuras en la Florida, a principios de los 90, fuera visitar el Centro Espacial Kennedy para ver de cerca las plataformas de lanzamiento, evocar el entusiasmo de Reagan cuando el Columbia, y presenciar la majestuosidad del Saturn V, el vehículo que nos llevó por primera vez a conocer otros mundos.
Más de un lustro después de que el transbordador Atlantis remontara su último vuelo y de nuestra extendida ausencia de la vanguardia cósmica, me pregunto si tendremos que esperar a poner nuestros pies en Marte para celebrar nuestro próximo desfile triunfal.
Eso de dejar que otros lleven al espacio a los astronautas estadounidenses y depender de un antiguo archienemigo, no sólo nos languidece la imaginación, sino que pudiera robarnos para siempre el ticker tape parade que tanto necesitamos.