Por Roberto Casín
Los7Días.com
Siempre he dicho que el mundo está mal repartido y muy mal organizado. Tanto, que si a algunos no les sobrara lo que les sobra, una buena cantidad de gente –los otros, a los que poco les alcanza– seguramente la pasarían un poco mejor.
Y no hablo sólo del dinero, que a ciertos individuos les viene de cuna, algo ostentosamente real también aquí en el sur de Florida, donde ya aproximadamente uno de cada 100 inquilinos es millonario. Me refiero además a la destreza corporativa, al don empresarial que tienen determinados parientes para olfatear donde están las oportunidades, dicho sin tanto eufemismo: para sacarle el mayor partido, sea el caso, a la tontera o a los gustos de los demás.
No todos cuentan con ese talento nato para los negocios, capaz de lanzarlos al éxito sin necesariamente ser ”leídos y escribidos”. Ya lo decía Maño, un cartero semianalfabeto, que conocí en mis tiempos de reportero en La Habana: “Un mes en la calle enseña más que todo un año en la universidad”.
Remedio embotellado
En resumen, que se puede ser ingeniero agrónomo, una lumbrera en las artes, obrero de puntería o escritor de altura y vivir casi en brazos de la misericordia. Se puede en cambio ser todo menos eso y ser un favorecido de la fortuna.
De ello puede dar fe por ejemplo uno de los fundadores de una compañía, quien durante años se dedicó al giro de la fumigación y luego se convirtió en exitoso empresario en Sunrise, Florida, dedicado a la sanación espiritual embotellando agua.
Su producto lo mismo puede usarse para calmar la sed que para bautizos, bendiciones, consagraciones o limpiezas de ánima, y la finalidad es intachable, a pesar de estar fabricado con dos ingredientes tan irreconciliables como el lucro y la religión. Tampoco es para exagerar, porque las botellitas valen sólo alrededor de $2.
La intención es que quienes beban el agua, igual sean católicos que protestantes, se aclaren la mente, tengan pensamientos más positivos, y vivan de manera más plena en armonía con las alturas.
Se puede ir a misa los domingos para estar en buenas con la fe, del resto de la semana se encargan las botellas, que llevan impresas oraciones en inglés y español, a escoger entre una decena de imágenes, desde Cristo hasta la Virgen María. Hay para todo, la llamada fórmula ”J” con la figura de Jesús y la oración de Fátima o el agua esencial, en fino la de la fuerza, que fortifica y además da serenidad.
El agua santa
El mensaje es alentador: ¿Necesita una palanca que lo mueva? ¿Se siente débil? Echele mano a una botella de Agua Espiritual, ore, crea en Dios y olvídese de los peces de colores. Como el cielo es el único límite, los empresarios del alma andan pensando ya en añadir nuevas líneas al producto para satisfacer también la demanda de fieles del islamismo, el judaísmo, el hinduismo, el budismo y otros credos.
La fiebre del agua santa como la del oro en su época llegó también en su momento a California, donde un ex policía se empeñó en lograr que la gente se porte bien, pero por otros medios, vendiendo agua bendita potable, una mercancía que, según él, induce a la buena conducta y pone al descubierto a los pecadores causándoles quemaduras, vómitos y otros maleficios.
Las aspiraciones comerciales son las de llegar a desplazar la fama saludable y hasta placentera de ciertas bebidas minerales y gaseosas, y hasta la mismísima agua de Carabaña. ¿Cómo? Apelando a las pasiones religiosas, incluida la compasión. Por cada botella de agua espiritual vendida, 10 centavos son donados a obras de caridad. De modo que el invento además de rendirles utilidades a los fabricantes mueve a la limosna.
Que más puede pedirse en un mundo tan metalizado como éste. Lo insólito no es que el hombre pague por lo que sueña y por lo que cree, sino que la gente se crea hoy día casi cualquier cosa.
