Por el padre Alberto Reyes
Los7Días.com
Hay una magia hermosa que se expande desde la Navidad hasta el inicio de un nuevo año. Es una sensación de que es posible dejar atrás no sólo lo que nos ha hecho sufrir durante el año que termina, sino también lo que nos traba la vida en el presente. Es un tiempo de esperanza, de propósitos, de optimismo en la mirada y en lo mejor del alma.
Esperamos mucho del 2021. Esperamos, junto con el resto del planeta, la derrota del Covid, el fin de los confinamientos, encontrarnos con aquellos que queremos y abrazarnos sin miedo. Esperamos tiempos más serenos, con más salud, mejor economía y menos sobresaltos.
Los cubanos, además, esperamos otras cosas. Esperamos poder salir a las calles y decir en alta voz lo que pensamos sin el miedo que nos hace bajar la voz y actuar como el gorrión que “pica y mira para los lados”, esperamos unas calles llenas de gente feliz y no de agentes policiales listos para reprimir el menor “desliz”, esperamos disfrutar de esa sensación gratificante de pueblo adulto que lucha unido por construir un presente digno sin la tutela paternalista de un Estado que no acaba de entender que su función no es la de agente de control totalitario sino la de ayudar a los ciudadanos a ser cada vez más libres y capaces.
Bueno, realmente, ¿no lo entiende?
Una opinión.
No soy politólogo, ni sociólogo. No soy un profesional de los estudios sociales. Soy solamente alguien que vive en un contexto y tiene sus propias opiniones.
Yo veo, eso sí, a un grupo de poder que controla los destinos de mi tierra desde hace 62 años, y un país con un gobierno diseñado para mantener a una élite en el poder. Durante mucho tiempo creí que la motivación era solo esa: el gusto por el poder, el placer del protagonismo absoluto, unido, obviamente, al acceso a unas quasi ilimitadas posibilidades económicas. El dinero, ya lo sabemos, no da la felicidad, pero calma los nervios.
Ahora, sin embargo, tengo una hipótesis diferente. Creo que no se trata simplemente de poder y economía, porque hoy día eso puede mantenerse sin la necesidad de tener a un pueblo en contra. Es algo más, es la impunidad que da el poder absoluto, es la posibilidad de actuar sin ser cuestionado.
En cualquier parte del mundo donde haya una mínima democracia, el poder no es impune, porque las sociedades democráticas, sin ser perfectas, generan mecanismos para que el poderoso no pueda ejercer libremente el mal. Por mucho poder que tenga una persona, si roba, si mata, si maltrata, si extorsiona, si entra en la ilegalidad, si se salta ciertas normas…, puede ser cuestionado, investigado y condenado. La impunidad es la posibilidad de jugar a ser Dios.
Dicho de otro modo.
¿Qué es, en sí, la impunidad? La impunidad es todo aquello que tiene por respuesta: “no pasa nada”.
– Hundieron el remolcador 13 de marzo, con niños dentro…, y no pasó nada.
– A tres jóvenes que habían secuestrado una embarcación para irse del país se les aplicó la pena de muerte porque había que dar una “condena ejemplarizante”…, y no pasó nada.
– Se provocó la crisis de los balseros, y se permitió que la gente, en su desesperación, se lanzara al estrecho de la Florida flotando en recámaras de tractor…, y no pasó nada.
– No salimos de una crisis económica para entrar en otra…, y no pasa nada.
– Los jóvenes, el futuro de esta patria, emigran continuamente…, y no pasa nada.
– Se utiliza a los profesionales como mano de obra barata y se les priva del fruto de su trabajo…, y no pasa nada.
– Un profesional pone en las redes sociales algo que ha visto con sus propios ojos pero que implica una crítica a la situación que vive el país y se le invalida para siempre su título…, y no pasa nada.
– Un joven universitario expresa una opinión contraria al sistema, y se le expulsa del sistema educativo…, y no pasa nada.
– La seguridad del Estado detiene o confina arbitrariamente a las personas…, y no pasa nada.
– El sistema de justicia está secuestrado por el Estado, provocando la indefensión jurídica del ciudadano de a pie…, y no pasa nada.
– Se reactivan los actos de repudio…, y no pasa nada.
– Se denigra en la televisión a cualquier persona, se miente sobre ella, se “teje” y se vende el perfil deseado, sin que haya derecho ni posibilidad de réplica…, y no pasa nada.
– Los salarios no alcanzan, y no van a alcanzar…, y no pasa nada.
– No hay medicamentos imprescindibles para la salud de muchas personas…, y no pasa nada.
– Las personas que han trabajado toda su vida llegan a la ancianidad y no tienen nada …, y no pasa nada.
– La cotidianidad del cubano es una carrera de obstáculos por conseguir lo necesario, desde el pan nuestro de cada día hasta un pasaje de autobús…, y no pasa nada.
– Los artículos de primera necesidad empiezan a venderse en dólares americanos, la moneda del “Imperio” al que los mismos que ponen las tiendas han achacado todos nuestros males…, y no pasa nada.
– Se le sigue llamando “Revolución” a una dictadura…, y no pasa nada.
Esto es impunidad. Y esto es más, mucho más que lo que pueden dar el dinero o el poder por sí solos, porque la impunidad no sólo es lo más parecido a la ilusión de ser Dios, sino que es la posibilidad de vivir por encima de los diez mandamientos, es el reino dorado de la arbitrariedad institucionalizada. ¿Hay motivos para pensar que los que disfrutan este paraíso van a renunciar a él espontáneamente?
Tú, yo y el 2021.
Hay que tener grandeza de alma para, desde el poder, parar algo así. O hay que convertir el corazón, porque un corazón convertido al bien puede hacer que el poder se utilice para servir y no para aplastar. Pero mientras esto llega, ¿qué podemos hacer los ciudadanos de a pie ante todo este control omnipresente que se despliega ante nosotros día a día? ¿Tenemos algún poder?
Sí, tenemos el poder de actuar como hombres y mujeres libres, tenemos el poder de decir lo que pensamos, de usar el “sí” y el “no” desde nuestra conciencia y no desde lo oficialmente orientado, podemos denunciar en público y en privado lo que está mal y no responder “como si no pasara nada”, tenemos el poder de unirnos al que defiende la verdad y la justicia para no hacerlo vulnerable. Tal vez uniéndonos, diciendo lo que pensamos y reclamando nuestros derechos, uno a uno, la verdad y la libertad se abran paso. No hacer nada, no intentar romper la impunidad, es colaborar con ella.
Y tenemos la libertad para rezar, para alzar las manos al Dios al que un día le dimos la espalda, y pedirle a él, que es misericordia, que perdone la soberbia de este pueblo que un día pensó que era mejor caminar sin él. Tenemos la posibilidad de volver el rostro al Dios que sacó al pueblo de Israel de la esclavitud de Egipto y del destierro en Babilonia. Podemos empezar este 2021 pidiendo al Dios que nunca dejó de acompañarnos que convierta en fecundidad la esterilidad de este pueblo. Podemos dejar de ser el pueblo que da culto a los ídolos que lo esclavizan y convertirnos al espíritu del Salmo 33, que dice: “Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor”[1]
[1] Salmo 33, 12.
El padre Alberto Reyes es un sacerdote de la provincia cubana de Camagüey.