Por Maribel Hastings y David Torres
Los7Días.com
Aunque en medio de una pandemia, conflictos raciales y los excesos de Donald Trump las buenas noticias se toman con pinzas, amerita celebrar el importante fallo de la Suprema Corte de Justicia que bloquea la decisión del presidente de eliminar el programa de Acción Diferida para Quienes Llegaron en la Infancia (DACA).
Era cuestión de tiempo, de sentido común y de justicia, pues la lucha de los Dreamers ha sido una de las más arduas y significativamente históricas de que se tenga memoria en los tiempos que corren. Parecía imposible al principio, pero vale la pena ver hasta dónde han llegado.
De hecho, plantearon desde el comienzo un modelo de lucha digna para resolver un problema migratorio del que no fueron responsables, sino los afectados directos desde que tenían poca edad para decidir. Y aun así, al crecer asumieron como suya la decisión de sus padres, quienes al traerlos a este país buscaban mejores horizontes para todos. Y ahora son líderes de su propia generación.
Así, el fallo de la Suprema Corte es un destello de luz que no solo da un respiro a los Dreamers y a sus familias, sino que ofrece un resquicio de esperanza de que, en algunas instancias, el máximo tribunal todavía no se ha convertido en sello de goma de los antojos de Trump, como el resto de su administración.
Se nota que al menos los magistrados evaluaron no solo el aspecto constitucional y económico de las altas contribuciones de los Dreamers y sus familias a Estados Unidos, sino sobre todo el aspecto moral y humano, que ahora mismo dignifica a estos casi 800,000 jóvenes ante tantos ataques antiinmigrantes y xenófobos que esta administración ha emitido en su contra desde el principio.
Sin embargo, al mismo tiempo es un triunfo temporal, porque Trump sigue siendo presidente y su campaña de reelección, como en 2016, se basa en una declarada guerra contra los inmigrantes que no cesará mientras permanezca en la Casa Blanca.
Con base en ello, este fallo solo atiza la ira de Trump y le da armas para movilizar a su base utilizando, como siempre, a los inmigrantes como chivos expiatorios. También azuza a asesores como Stephen Miller para redoblar esfuerzos en impulsar una agenda antiinmigrante a punta de cambios administrativos, como han venido haciendo.
Y no le importará a este gobierno que los Dreamers sean padres de casi 250,000 niños estadounidenses; que paguen más de 5.7 mil millones en impuestos federales y más de 3.1 mil millones en impuestos estatales y locales; que a su vez sean dueños de casi 60,000 hogares; que paguen más de 2.3 mil millones en renta inmobiliaria, o que con su trabajo contribuyan grandemente al sostenimiento del Seguro Social.
Claro que no le importará a Trump, porque por encima de eso está su narcisismo y su repulsión hacia minorías, sobre todo si son de origen latino.
Ya lo escribió en su cuenta de Twitter en respuesta al fallo de la Suprema Corte: “Estas decisiones horribles y políticamente cargadas provenientes de la Corte Suprema son disparos de escopeta en la cara de las personas que orgullosamente se autodenominan conservadoras. Necesitamos más jueces (conservadores) o vamos a perder nuestra Segunda Enmienda y todo lo demás”.
Es decir, Trump apuesta a ganar, sintiéndose siempre por encima de la ley. Y lo demuestra ahora al no aceptar el fallo de los magistrados del más alto tribunal de la nación.
Pero en caso de que así no fuera, su gobierno se ha dado a la tarea de desmantelar las protecciones contra inmigrantes y refugiados, así como de infligir el mayor daño posible antes de abandonar el barco, claro está, si perdiera las elecciones.
Y esta es una posibilidad cada vez menos remota, si se toma en cuenta que incluso sus exasesores más cercanos están evidenciando la clase de mandatario que es, pero sobre todo el tipo de persona que no deja de ser. John Bolton, exasesor de Seguridad Nacional, es el más reciente de una larga lista de arrepentidos de haber trabajado para Trump.
Por eso, este fallo de DACA plasma la importancia de la elección de noviembre. Ante la ausencia de una solución legislativa permanente para los Dreamers, que es muy improbable que se consiga este año, Trump seguirá rondando a su presa e insistirá en atacar a los Dreamers y a los inmigrantes.
Y si gana, es seguro que sus ataques se magnificarán porque se sentirá validado luego de la cuestionable elección de 2016, cuando perdió el voto popular y fue asistido por los rusos.
En ese sentido, la expresión “la lucha continúa” debe ser asumida por los Dreamers con la mayor madurez ante lo que venga en los próximos meses antes de noviembre, pues los cálculos políticos de Trump y sus compinches apuntarán a una arremetida visceral contra todo lo que tenga que ver con el tema migratorio.
La razón y la justicia, sin embargo, están ahora actuando en el lado correcto de la historia.
De este modo, el triunfo de los Dreamers en esta batalla debe ser motivo suficiente para registrarse, movilizarse y votar, porque su protección y una solución permanente para ellos y para el resto de los inmigrantes dependerán de que Trump no sea reelecto.