Por David Torres
Los7Días.com
Hacia 1935, en pleno apogeo del fascismo en Europa y de los estragos de la Gran Depresión en Estados Unidos, se publicaba una novela que, de no haber sido ficción, habría suscitado un terror social inmediato y generalizado por la crudeza de sus descripciones, especialmente en el ámbito de la supresión de las libertades y el surgimiento de una para nada disfrazada dictadura en una nación impensable como esta. El título: Eso no puede pasar aquí, del Premio Nobel estadounidense Sinclair Lewis.
Como si el también autor de Babbit y Main Street hubiese previsto que ocho décadas después surgiría en Estados Unidos un presidente similar al que retrata en su novela, este libro literalmente recrea la misma pasividad de una sociedad que permite la instauración de un régimen emanado, sí, de unas elecciones, pero que aprovecha inmediatamente esa combinación entre ingenuidad política, ignorancia rampante y racismo puro y duro de la época, para convertir sin mucho esfuerzo en un estado fascista al país de las libertades.
Paralelo histórico
Así, la prensa, los inmigrantes y otras minorías, por supuesto, son el objetivo más claro a destruir por parte del nuevo presidente Berzelius “Buzz” Windrip, quien con la ayuda de un cuerpo paramilitar denominado Minute Men vigila palmo a palmo el comportamiento social del estadounidense de todos los niveles, pero con especial énfasis en quienes han demostrado no solo una oposición frontal y hasta cierto punto valiente, sino que han sido capaces de destacarse en sus ámbitos profesionales y laborales, hombres y mujeres, con un punto de vista más acorde con los tiempos en torno al devenir de un país que se prefiere diverso.
Eso, como ocurre en la actualidad, no entra en el universo monolítico del nuevo grupo en el poder, que establece una serie de nuevas normas con base en las cuales debe conducirse la ciudadanía, situación que en este libro deriva en persecuciones, encarcelamientos, torturas, desapariciones, ejecuciones sumarias y la inevitable destrucción de familias, una de las cuales es precisamente la de un periodista, Doremus Jessup, director de una publicación local de Vermont, el Daily Informer, némesis de Windrip y personaje central de Eso no puede pasar aquí.
Despojado de su libertad y de su propio periódico tras publicar un editorial crítico sobre el nuevo régimen, Jessup —cuyo propio hijo se pasa al bando del fascismo— es obligado a pagar “su delito” escribiendo gacetillas en favor de las autoridades y recibiendo órdenes de alguien que nada sabe sobre el oficio periodístico, pero que está aliado en cuerpo y alma con el comportamiento fascista que impera ya en todos los ámbitos.
Agudo observador
Es seguro que el esquema con el que trabajó a fondo Sinclair Lewis esta novela estaba más allá de una inspiración momentánea dictada por los acontecimientos de su época. Observador de la condición humana, acérrimo enemigo de los sedientos de poder y crítico puntual del conformismo estadounidense, Lewis pudo muy bien haber prefigurado la posibilidad de que en una época posterior Estados Unidos se transformara en lo que es hoy ante el resto del mundo: una nación descontrolada, sacudida por el carácter autócrata de su presidente, envenenada por el racismo y la discriminación de una buena parte de su sociedad, dividida no por ideologías precisamente, sino por privilegios, y al borde de una fisura mayor si la sensatez sigue negándose a aparecer en escena.
Al igual que 1984, de George Orwell; Un mundo feliz, de Aldous Huxley, e incluso Fahrenheit 451, de Ray Bradbury, Eso no puede pasar aquí, de Sinclair Lewis, entra en la categoría de clásico, pero también como un recordatorio imprescindible de que la historia humana tiende a repetirse cíclicamente, ya sea en la ‘posverdad’ literaria o en la cínica realidad que nos humilla, y que hoy más que nunca impele a preguntarnos: ¿eso no puede pasar aquí?
Pero está ocurriendo.