Por Andrés Hernández Alende
Los7Días.com
Fiel a sus instintos de empresario del sector inmobiliario, el pasado agosto el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, sorprendió al mundo con una propuesta que más bien parecía una movida del juego de compraventa Monopolio: adquirir la isla de Groenlandia –una región autónoma perteneciente a Dinamarca– y convertirla en una posesión estadounidense.
La mayor isla del mundo fue descubierta en 982 por el marino vikingo Erik el Rojo, quien le dio su nombre, que en danés significa Tierra Verde. Lo más probable es que el nombre fue un truco publicitario de Erik el Rojo para atraer colonos, pues Groenlandia está casi toda cubierta por glaciares y solo su extremo meridional es verde durante el verano.
Cambio climático
Ahora, el cambio climático (del cual Trump se ha manifestado escéptico) está dándole un nuevo atractivo a Groenlandia. El derretimiento de los glaciares y la disminución de la capa de hielo en el Ártico han permitido descubrir enormes reservas de petróleo y de gas en la región más septentrional del planeta, y también minerales codiciados como uranio, oro, diamantes y otros.
Trump dice que no cree en el cambio climático provocado por la actividad humana. Pero sí sabe reconocer una oportunidad cuando se presenta, aunque sea causada por esa misma crisis del clima que él niega. El Ártico es la región del planeta donde la temperatura sube más rápidamente, y la posibilidad de explotar sus recursos naturales al retirarse los hielos es sin duda lo que llevó a Trump a plantear su jugada de Monopolio proponiendo la compra de Groenlandia.
La movida de Trump causó asombro e hilaridad en los círculos internacionales. La primera ministra de Dinamarca, Mette Frederiksen, dijo que la propuesta era absurda y que el primer ministro groenlandés, Kim Kielsen, “evidentemente ha dejado claro que Groenlandia no está en venta. Punto final”. Molesto por la respuesta de la primera ministra danesa, Trump canceló la visita oficial a Copenhague que tenía programada.
Punto de competencia
Groenlandia no está en venta, pero el Ártico puede convertirse muy pronto en la próxima palestra de la competencia entre los Estados Unidos, Rusia y China. El secretario de Estado norteamericano, Mike Pompeo, dijo en mayo en el foro del Consejo Ártico, reunido en Finlandia, que el océano Ártico se ha convertido en “un escenario de poder y competencia globales” entre las potencias mundiales, ya que es cada vez más accesible debido al derretimiento de los hielos. Sin embargo, en su discurso Pompeo no mencionó ni una vez el término “cambio climático”. Peor aún: la delegación norteamericana, encabezada por Pompeo, se negó a reconocer por escrito la crisis del clima, por lo cual el Consejo –integrado por los Estados Unidos, Canadá, Dinamarca, Finlandia, Islandia, Noruega, Rusia y Suecia– no pudo aprobar una declaración final común, por primera vez en la historia de 23 años del foro. La declaración contenía una serie de medidas concretas para frenar el calentamiento global en el Ártico. La Casa Blanca la vetó.
Trump quería convertir a Groenlandia en una base enorme (ya los Estados Unidos tienen en la isla una base militar) desde la cual conquistar el Ártico para explotar los recursos naturales de la región y su riqueza petrolera. Irónicamente, la extracción de crudo para seguir quemando combustibles fósiles acelerará el cambio climático y sus nefastas consecuencias: subida del nivel del mar, inundación de ciudades y vastas regiones costeras, desplazamiento de millones de personas (los refugiados climáticos), intensificación de huracanes, sequías, fuegos forestales, hambruna y otros cataclismos. Con la conquista del Ártico, Trump y su representante Pompeo, aunque nieguen irresponsablemente el cambio climático, estarían atizando las llamas del desastre mundial.