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El Mundo

El almuerzo con Carlos Fuentes que salvó mi hermana

Por César Chelala
Los7Días.com

Mi admiración por Carlos Fuentes viene de lejos y de dos vertientes diferentes: la una, como el escritor fundamental de habla hispana que fue baluarte del llamado boom latinoamericano, donde cosechó innumerables elogios apuntalados por un rosario de premios mayores, entre los que se cuentan el Formentor, el Rómulo Gallegos, el de la Real Academia Española, el Internacional Don Quijote de la Mancha y, en 1987, su galardón más importante, el Premio Cervantes, considerado el Nobel de habla hispana, distinciones todas que predecían la posible conquista del Nobel, al que año tras año era invariablemente nominado; la otra, con su quehacer político al servicio de su México de ensueños, al que representó como diplomático en la Francia de Valéry Giscard d’Estaing entre 1975 y 1977.

Sus conferencias de excelencia rezumaban un profundo sentido de la justicia. Tal el caso del discurso de graduación en Harvard, en 1983, donde hizo un llamamiento bien razonado para que Estados Unidos no interveniera en la álgida América Central de esos años, con la llamativa particularidad de que fue interrumpido 44 veces con aplausos, probablemente un récord para este tipo de alocuciones.

Mexicano atípico
La proyección de este mexicano atípico, tanto, que nació en Panamá, alcanzó a cubrir casi todo el sector occidental del viejo continente, en donde tomó cartas de ciudadano del mundo. En efecto, cuando vivía en Europa llevaba una vida social activa y fue noticia cuando protagonizó resonados affaires con las actrices Jeanne Moreau y Jean Seberg. Este último fue la fuente de inspiración para su novela Diana o la cazadora solitaria.

Su obra creadora también recibió la influencia de otras artes. La novela más conocida de Fuentes, La muerte de Artemio Cruz, considerada una de las más importantes de la literatura moderna latinoamericana, tiene su base inspirativa en El ciudadano Kane, la película de Orson Welles. Ese texto magnífico utiliza paralelos literarios a los enfoques técnicos cinematográficos de Welles.

Cuando Fuentes visitaba Nueva York solía hospedarse con su esposa Silvia Lemos en el Hotel St. Regis Nueva York, ubicado en el centro de Manhattan. El St. Regis, como lo llaman simplemente muchas personas, es uno de los hoteles más tradicionales de la Gran Manzana. Era el favorito de Salvador Dalí y su esposa Gala, y también de Marlene Dietrich. En su momento alcanzó fama porque Alfred Hitchcock tenía su suite “favorita” en el quinto piso y en sus instalaciones nada menos que John Lennon grabó la demo de una de sus canciones.

La suerte quiso que, en ese tiempo, la gerencia del hotel la ejerciera mi hermana menor, Lilia, que había trabado una sólida amistad con el matrimonio Fuentes. En oportunidad de una de sus visitas, aproveché para pedirle a mi hermana que le acercara algunos de mis artículos políticos. La respuesta de Fuentes fue una invitación a que compartiéramos un almuerzo en el St. Regis. Luego de la presentación formal a cargo de mi hermana, comenzamos a hablar y pronto descubrimos que no sólo compartíamos el mismo editor –un hombre difícil– en la página de opinión del New York Times, sino también las dificultades que surgían del trato con él, y que se sumaba a la sensación de frustración que implica la onerosa carga horaria que conlleva escribir un buen artículo de opinión.

Una tradición
A la hora de los platos, Fuentes me confesó  que generalmente seguía la tradición mexicana que consistía en un almuerzo pesado y tardío y una cena ligera. Personalmente tengo buen apetito, así que no tuve ningún problema en acompañarlo con su mismo menú. Decidimos iniciar la comida ordenando un Red Snapper, un trago creado por Fernand Petiot, uno de los camareros del hotel y que más tarde se hizo famoso con el nombre de Bloody Mary. Tuvimos un almuerzo digno de un rey, con ostras y champán, seguidos de una maravillosa paella regada con excelente vino de Rioja. Como postre, ambos degustamos un par de excelentes profiteroles.

Mientras desfilaban los platos y sonaban los vidrios de las copas, nos percatamos de la semejanza en casi todos nuestros puntos de vista políticos, particularmente aquellos relacionados con la intervención de Estados Unidos en los asuntos políticos latinoamericanos.  Recuerdo con particular vivacidad su posición extremadamente crítica a la política de Reagan de confrontación al gobierno sandinista y de apoyo total a los “contras” en Nicaragua. A Fuentes le costaba mucho entender la política exterior del gran país del norte. Eso lo llevó, al final de su vida, a sentenciar: “Estados Unidos es muy bueno para comprenderse a sí mismo y muy malo para comprender a los demás”.

Después de un suntuoso almuerzo de dos horas, Fuentes pidió la cuenta. Cuando el camarero se disponía a cobrarla, me interpuse diciendo: “¡No, Carlos, de ninguna manera, el que invita soy yo!” Él se desentendió con una sonrisa, pero el que frunció el ceño fui yo al percatarme con horror de que mi bolsillo estaba vacío, ¡me habían robado  la billetera!  No veía la manera de eludir el percance; entonces, no me quedaba otra que asumir con una sensación de vergüenza extrema el inesperado e inoportuno incidente. Estaba listo para comentárselo a Fuentes cuando, de pronto, una chispa de luz activó mi mente y le dije al camarero: “Soy el hermano de Lilia, ¿está bien si sólo firmo la factura?” “Señor”, me respondió el camarero, “no hay ningún problema, en absoluto “. A la noche, cuando mi hermana regresó a su casa, la llamé, le conté sobre lo ocurrido y me disculpé por enviarle la factura. “Oh”, respondió ella, “no te preocupes, una de las pocas ventajas de mi trabajo es que muchas veces no me cobran por mis gastos personales…”

Las opiniones y el contenido expresados en este artículo son exclusivamente las de su autor y no reflejan la posición editorial de Los7Días.com.

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