Por Ada Méndez
Los7Días.com
Yo estuve allí apenas 48 horas antes del ataque a las torres gemelas, precisamente en la torre sur, cumpliendo un viejo anhelo de visitar la Gran Manzana, que había pospuesto por años esperando el momento idóneo para hacerlo.
Habíamos llegado mi amiga Josefa y yo el día 8 a Manhattan, donde residía su hermana y sus sobrinas, y nos aprestábamos a pasar una semana turística de altura.
Le pedí que priorizáramos la visita a las torres gemelas por si se nos complicaban las cosas, porque ir a New York y no entrar en esas moles imponentes era imperdonable.
El 9 de septiembre
Y así lo hicimos el día 9, y tanto nos gustó el recorrido, que pasamos el día entero allí dentro, sin notar el paso de la horas. Había tanto que admirar, pero sobre todo el paisaje impresionante que se divisaba de toda la ciudad, como si estuviéramos sobrevolando esa gran urbe debido a la altura tan elevada de esos edificios, que se paseaban entre los más altos del mundo en aquellos momentos.
El día 11 nos levantamos bien temprano en la mañana. Nuestro plan era pasar primero por el Chinatown y volver a las torres. Habíamos quedado tan encantadas, que incluso fuimos las últimas en salir, ya casi conminadas por el personal del edificio pues hasta el último momento, cuando ya el tumulto había bajado, nosotras seguíamos echando centavos de la suerte en esa maquinita que los aplasta e imprime una leyenda en la monedita de cobre. Fue lo último que hice en esa visita a las torres y aún guardo con amor ese centavo de la suerte.
Yo entré a bañarme y estaba secándome cuando ella me dijo desde el cuarto del hotel estas palabras textuales que no olvidaré mientras viva: “Ada parece que una de las torres cogió candela porque el noticiero está reportando que hay un incendio”. Envuelta aún en la toalla salí corriendo del baño y en ese mismo momento alcancé a ver el segundo avión, que, como en una película de ficción, embestía el edificio, semejando un enorme cuchillo que estuviera cortando por la mitad una gigantesca barra de pan.
Era algo tan increíble como alucinante, no podíamos creer lo que estábamos viendo.
Brindar ayuda
Nosotras quisimos donar sangre y, pensando que sería relativamente fácil, nos dirigimos hacia uno de los muchos puntos que, en cuestión de escasas horas ya se habían habilitado, pero nos fue imposible. Recorrimos varios, y lo mismo. A medida que pasaban las horas, más y más personas colmaban los centros de donación haciendo casi imposible transitar la ciudad.
El resto es historia. Mucho se ha escrito sobre esta enorme tragedia donde tantos inocentes perdieron la vida y que cambió por completo los destinos del mundo. Lo que más me impresionó después de las escenas dantescas de cuerpos lanzándose al vacío huyéndole a morir calcinados fue el espíritu de solidaridad y aplomo que, como una nube, más densa que la que salía del lugar de la tragedia, inundó las calles de Manhattan… sin una lágrima, sin una escena de histeria.
Eran tantas las colas, que no se podía saber ni cuál era el final. El pueblo newyorkino se lanzó tan masivamente y en silencio hacia los centros de donación, que no creo que nadie quedó en sus casas ni en sus centros laborales.
Esa impresión no será posible olvidarla, comprendí que ese pueblo había alcanzado la mayoría de edad el 11 de septiembre del 2001.