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9/11 es una fecha muy personal para Estados Unidos

Por Otto Rodríguez
Los7Días.com

Creo que soy de los pocos civiles en Estados Unidos que en un momento fue inmune al ántrax, y le debo el “honor” al 11 de septiembre de 2001, esa fecha que dejó una cicatriz de acero ardiente en el país.

Aquella mañana, los terroristas islámicos derribaron no solo dos de las edificaciones más altas de Estados Unidos, sino también la frágil confianza de que en esta parte del mundo eran imposibles sucesos de tal magnitud. Para algo teníamos superagencias encargadas de protegernos y, tal y como nos había acostumbrado Hollywood, el héroe siempre llegaba a tiempo a salvarnos la vida.

Pero la fría realidad de un mundo convulso obligó a la nación a presenciar en vivo los ataques a las torres gemelas y el Pentágono, y la intención de los terroristas de atentar contra otros objetivos en Washington, DC.

Me atrevo a asegurar que todos los que teníamos uso de razón el 11 de septiembre de 2001 recordamos bien dónde estábamos y qué hicimos ese día.

Mañana soleada
Esa mañana también era soleada en Miami y yo había dejado a mi hija en la guardería camino a la redacción de un periódico comunitario que habíamos inaugurado unos meses antes en el área de Westchester. Eran los tiempos en que aún la radio de Miami era una institución y poco antes de las 9 a.m. los comentaristas hablaban de los temas calientes.

Manejaba muy cerca de la intersección de Bird Road y la 87 Avenida cuando un aviso de última hora trae la noticia de que un avión se había estrellado contra la torre norte, la misma que había yo fotografiado el verano anterior desde el mirador de la torre sur y que servía de primer plano a una impresionante vista de Manhattan en un claro día de junio.

Diez minutos más tarde, parado frente a un televisor de un RadioShack en los bajos del edificio donde trabajaba, vi las imágenes del segundo avión estrellándose contra la torre sur, en cuya terraza mi madre, que estaba de visita en Nueva York, había pasado un rato con una amiga apenas tres días antes.

La tragedia era ya evidente. Luego, el ataque al Pentágono y la caída de otro avión en un área rural de Pennsylvania dejaron lívido a todo el país al traer a nuestras costas la horrible cara del terrorismo a una escala inimaginable.

Ataques con ántrax
Luego llegó la noticia de los paquetes con ántrax enviados por correo a varios edificios en Washington, DC, Nueva York y Florida, entre ellos la redacción de American Media, en Boca Ratón, que yo visitaba ocasionalmente por aquel entonces, por cuestiones de trabajo.

Supe del ataque con ántrax al edificio de American Media también por la radio, que al igual que todos los medios de difusión andaba encendida por aquellos días con la secuela del 11 de septiembre.

Para mí el terror ya no era ajeno; no era algo que sucedió en las lejanas torres gemelas de Manhattan o en el inaccesible Pentágono. El terror estaba en casa. Mediante una línea telefónica de información establecida por American Media supe que la compañía había coordinado con los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés) para vacunar contra el ántrax a empleados y visitantes.

En medio de unas semanas en que para muchos el hecho tan simple de recoger diariamente del buzón la correspondencia se había convertido en un acto de temor, manejé hasta las oficinas del Departamento de Salud del condado de Palm Beach para vacunarme contra aquella bacteria que ya había cobrado un par de vidas desde el comienzo de la crisis.

Esperaba ver allí una larga línea de personas, pero no fue así. Ese día, solo tres habían recibido una vacuna que, al menos en aquel tiempo, se usaba fundamentalmente en círculos militares. Tras el pinchazo, instrucciones de tomar ciprofloxacina durante tres largos meses y la promesa del CDC de llamarme ocasionalmente para darle seguimiento a mi estado de salud, manejé de regreso a Miami con todo el peso de una incertidumbre que jamás había experimentado.

Nunca enfermé de ántrax y el paso de los años diluyó bastante los terribles sucesos del 11 de septiembre, pero lo cierto es que esos ataques, y sus consecuencias, han dejado una huella que aún se manifiesta lo mismo en la actual presencia militar estadounidense en Afganistán, que en la ayuda médica aprobada recientemente para el personal de rescate que vio desde la primera fila el inicio de la tragedia.

Ayer un buen amigo publicó en el universo digital una imagen alegórica al 11 de septiembre que dice: “We will never forget”. En mi caso, de seguro no lo olvidaré, pues además de patriótica, esa fecha resulta muy personal.

 

Las opiniones y el contenido expresados en este artículo son exclusivamente las de su autor y no reflejan la posición editorial de Los7Días.com.

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