Por David J. Hall
Los7Días.com
Abro cualquier página digital de cualquier medio social y la reacción inmediata va de indignación a asco a indignación a asco a indignación… en un incesante cachumbambé de emociones. Y es que cada vez que pasa lo mismo sucede igual, sólo que cada vez peor.
Otra masacre, otro grupo de inocentes asesinados, otra tragedia que se hace demasiado frecuente, otro encontronazo de la conciencia colectiva con el horror de la violencia sin sentido, otra vez lágrimas, otra vez plegarias bien intencionadas a un Dios que pareciera sordo y ciego, otra vez los por qué sin respuesta … y otra vez, con la sangre de las víctimas aún sin secar, desvergonzados politiqueros utilizando la tragedia, el dolor humano, para avanzar sus agendas. ¡Estoy harto!
“Hay que prohibir las armas”; “Trump es un racista que promueve estos asesinatos con su retórica antiinmigrante”, son el meollo de las exaltadas declaraciones de la mayoría de las principales personalidades del partido Demócrata -y sus acólitos en la prensa- de manera particular algunos de los pre candidatos que se disputan la nominación las elecciones de 2020. Se han lanzado en una carrera desenfrenada a ver quién hace la declaración más irresponsable e inflamatoria, porque, como dijera en una ocasión el ex jefe de gabinete del presidente Obama, Rahm Emanuel, “no se debe desperdiciar ninguna crisis.”
Muerte sin sentido
Me da rabia la tragedia, las muertes sin sentido, que un degenerado sin un ápice de humanidad nos haya sumido de nuevo en el luto; me da rabia la sensación de impotencia ante un hecho irracional que se repite con demasiada frecuencia sin que, hasta el momento, hayamos encontrado la forma de impedirlos.
Pero, más que rabia, me da un asco insoportable la bajeza, desvergüenza, hipocresía y arrogancia de los Demócratas y de la prensa cómplice. Me da rabia y asco que se encaramen en un andamiaje de falsa supremacía intelectual y moral asentado sobre los cadáveres de las víctimas, para vendernos “soluciones” simplistas no sólo estúpidas sino anticonstitucionales, y predicar su envenenado “evangelio” contra el presidente Trump y sus 63 millones de simpatizantes.
Nunca he poseído un arma, ni para cazar ni para protección, pero estoy harto de que me califiquen de criminal y se cuestione mi moral porque defiendo el derecho de todo ciudadano a poseer y portar armas, como lo consagra la segunda enmienda a la Constitución.
En este país hay más de 10 millones de ciudadanos que poseen armas legalmente y casi 400 millones de armas legales. Esas cifras bastan, por sí solas, para probar lo absurdo del argumento de que las armas son la causa de las masacres. Una sola muerte, ya sea por accidente u homicidio, es demasiado, y es imperativo buscar y encontrar soluciones racionales, razonables y efectivas, pero nunca en detrimento de la libertad individual. Hace más de 200 años, Benjamín Franklin nos advirtió de la peligrosa dicotomía de seguridad versus libertad: “Los que sacrifican libertades esenciales para comprar un poco de seguridad no merecen o uno ni lo otro.”
El debate sobre la constitucionalidad de la tenencia de armas no es nuevo, pero sale a relucir con fuerza cada vez que ocurre una tragedia como la de El Paso, Texas, o Dayton, Ohio, por sólo mencionar las más recientes. Pero más allá de los vericuetos legales por donde transita el debate constitucional, me irrita que me tomen por tonto, y eso es precisamente lo que pretenden los que insultan mi inteligencia con lo de prohibir las armas. Un arma es tan culpable de una muerte como un lápiz -o una computadora- de los resultados de un examen.
Y, si de prohibir se trata, habría que prohibir los autos y otros vehículos. A modo de comparación, en 2017 se produjeron más de 40,231 muertes por accidentes de auto en Estados Unidos vs 39,773 muertes por armas de fuego. Y si de masacres se trata, ¿cómo olvidar el ataque islamoterrorista en Niza el 14 de julio de 2016 en el que un tunecino asesinó a 89 personas? No, las armas no matan. Matan seres inhumanos, desprovistos de humanidad, muchos de ellos con enfermedades mentales; otros movidos por ideologías despreciables, como el racismo.
Falta de humanidad
Y eso me trae a Patrick Crusius. Yo no sé si el abominable asesino que masacró a 20 inocentes en El Paso el 3 de agosto padece algún trastorno mental -aunque creo que la falta de humanidad es sin duda un trastorno mental. Pero, aunque las informaciones son aún inconclusas, parece claro que su crimen estuvo motivado por sentimientos racistas. Las acciones de Crusias no tienen justificación, merecen el desprecio de todos y que caiga sobre él todo el peso de la ley.
Pero es igualmente despreciable que los Demócratas, los medios de prensa pro Demócratas y los antitrumpistas de toda suerte acusen entusiastamente y sin el menor reparo al presidente Trump de provocar esta tragedia y de paso vilipendien a 63 millones de votantes.
Decir, como ha dicho el presidente Trump, que entre los inmigrantes ilegales que atraviesan desde México vienen criminales, violadores, traficantes de drogas posibles terroristas no es racismo; es un hecho demostrado una y otra vez.
Decir, como ha dicho el presidente Trump, que los inmigrantes ilegales no deben tener cabida en el país no es racismo; es una afirmación de soberanía que han repetido otros presidentes, entre ellos Bill Clinton y Barack Obama. Un país que no tiene fronteras ha abdicado su soberanía.
Decir, como ha dicho el presidente Trump, que hay que construir un muro en la frontera con México para combatir la inmigración ilegal, no es racismo; es una medida sin duda controversial, de efectividad quizá discutible -no se sabrá hasta que esté construido- pero no es racismo. El país no puede continuar admitiendo indiscriminadamente más de un millón de inmigrantes ilegales cada año.
Deportar a ilegales
Ordenar a ICE efectuar redadas para deportar a ilegales a los que los tribunales han ordenado deportar, no es racismo; es hacer cumplir las leyes. Un país donde las leyes se aplican al azar no es un país, es una anarquía.
Ningún presidente es culpable de las acciones de un loco o desalmado que decide cometer un crimen. Barack Obama no es culpable de las 156 masacres y casi 900 muertes que se produjeron entre 2008 y 2016, como Bernie Sanders no es culpable del ataque perpetrado por uno de sus simpatizantes contra un equipo de béisbol integrado por congresistas republicanos en los que el congresista Steve Scalise casi pierde la vida.
Estas acusaciones, que además pretenden demonizar a los simpatizantes del presidente, no sólo son despreciables sino irresponsables y peligrosas.
Los Demócratas acusan al presidente Trump y sus simpatizantes de atizar sentimientos racistas y de odio que pueden desembocar en acciones violentas como las de El Paso. Los Demócratas y todos los que les siguen este peligroso juego, deben comprender que demonizar constantemente a 63 millones de votantes, acusarlos de malvados, inmorales, inhumanos, racistas y epítetos similares simplemente por tener opiniones diferentes -y muchos el color “equivocado- no hace nada para disminuir el nivel de rencor político en el país y, por el contrario, pone en peligro las bases de la convivencia pacífica en democracia, que es el respeto al derecho ajeno.