Elecciones Estados Unidos Política Recientes

¿Y… ahora qué?

Por David J. Hall
Los7Días.com

Desde el momento mismo en que Donald Trump, contra todo pronóstico, ganó las elecciones de 2016 para convertirse en el 45º. presidente de Estados Unidos, el partido Demócrata, con la ayuda entusiasta de la gran mayoría de los medios de prensa, desencadenó una guerra sin cuartel para invalidar el resultado de los comicios, negarle legitimidad al triunfo y paralizar la efectividad de la nueva administración. Dos años y medio más tarde, la guerra continúa.

Renuentes a asimilar, mucho menos aceptar que los votantes escogieran a un outsider -es decir, no político- multimillonario, sin barniz intelectual y un estilo más cercano al de un buscapleitos callejero que a un inquilino de la Casa Blanca, en vez de a la “elegida de los dioses”, los demócratas se aferraron -y aún se aferran- a cualquier asidero que les permita racionalizar la debacle.

Primero fue: “Hillary ganó el voto popular”, lo cual es cierto, pero irrelevante en el sistema electoral estadounidense; Abraham Lincoln también perdió el voto popular, pero, afortunadamente para el país y la nación, su triunfo en el colegio electoral lo convirtió en el 16º. Presidente de Estados Unidos y, lo demás, como dice el dicho, es historia.

Pero los Demócrata sabían que la alegación en contra del sistema de colegio electoral no los llevaría a ninguna parte, así que el argumento central de la campaña antiTrump fue -y aún es, parcialmente- “los rusos intervinieron en las elecciones para favorecer a Donald Trump con la connivencia –collusion- de éste y su equipo, por lo tanto hay que impugnarlo políticamente en el Congreso, el famoso impeachment,  y sacarlo de la presidencia”.

El tema de la colusión
El tema de la colusión y la impugnación ha dominado el discurso político y profundizado las divisiones y el rencor entre demócratas y republicanos -quizá sea más exacto dividir los campos en a favor o en contra de Trump- a niveles casi patológicos en los que los hechos son intrascendentes, la verdad flexible, relativa y monopolio de cada bando… y el debate razonado imposible.

El informe emitido por el Abogado Especial encargado de investigar las alegaciones de connivencia, Robert Mueller, lejos de poner fin a la controversia, parece haber echado más leña al fuego. Tras $40 millones de gastos y dos años de minuciosa investigación llevada a cabo por un equipo de 14 abogados de filiación demócrata, muchos de ellos conocidos por su simpatía por los Clinton, el Informe Mueller concluyó que en efecto los rusos intentaron influenciar las elecciones de 2016, pero no encontró evidencia de que el entonces candidato Trump o alguno de los miembros de su equipo haya conspirado con los rusos en su esfuerzo para manipular las elecciones.

Pero, en una acción inusual, Mueller indicó en la segunda parte de su informe que no podía exonerar al presidente de las acusaciones de los demócratas de haber querido obstaculizar la investigación. Esta declaración, por demás ambigua y sin precedente, ha sido el centro de los renovados esfuerzos de los demócratas para impugnar al Presidente ahora que el argumento de la connivencia con los rusos ha perdido empuje tras el informe.

Impugnación política
Es claro que los demócratas perciben que la población -a excepción de los antiTrumpistas más furibundos- no tiene verdadero apetito por un proceso de impugnación política que, primero, no tiene futuro de éxito mientras los republicanos controlen el Senado y, segundo, reduciría a la mínima expresión la posibilidad de trabajo conjunto bipartidista en proyectos legislativos.

Pero la perspectiva de mantener vivo el ataque contra la imagen del Presidente durante la ya iniciada campaña electoral de 2020, motivó a los demócratas a forzar a Mueller a testificar en público ante los Comités Judicial y de Asuntos de Inteligencia de la Cámara de Representantes. Es claro que fue un espectáculo diseñado para crear efectos visuales, con la esperanza de “sacarle” a Mueller que, en efecto, el Presidente Trump había tratado de obstaculizar la investigación y que, por lo tanto, merece ser impugnado.

El tiro les salió por la proverbial culata. El Mueller que los televidentes vieron fue un individuo con limitada información sobre importantes detalles del informe que lleva su firma y que se supone supervisó por dos años. Un hombre vacilante, que en su imagen física y mental parecía tener mucha más edad que los 74 años que tiene, olvidadizo -aunque a veces me asaltó la duda de si fue parte de una “puesta en escena”- que en muchas ocasiones tuvo que pedir que le repitieran las preguntas que no parecía entender. Mueller dio la impresión de no estar preparado en absoluto para el interrogatorio; quedó claro que tuvo poco que ver en la redacción del informe, y no pudo proporcionarles a los demócratas el as que esperaban. De hecho, en opinión de muchas personalidades que apoyan a los demócratas, las audiencias con Mueller fueron un total desastre porque, entre otras cosas, Mueller se vio obligado a admitir que no había acusado formalmente al Presidente Trump de obstrucción no porque se lo impidiera un memorando del Departamento de Justicia que establece que un presidente en funciones no puede ser acusado formalmente, sino por no tener suficientes pruebas.

Campos definidos
Para parafrasear al maquiavélico Fouché  -aunque muchos lo atribuyen a Tayllerand- más que un desastre, fue un error. Los demócratas, obcecados como están con destruir a Trump y vengarse del “robo” de las elecciones de 2016, no parecen darse cuenta de que los campos están claramente definidos y atrincherados en sus posiciones: los que detestan a Trump, no necesitan argumento adicional alguno para votar en su contra, y los que apoyan a Trump van a votar por él sin importar ningún argumento. De hecho, mientras más los demócratas persigan a Trump, más se atrincheran sus simpatizantes. El error consiste en creer, equivocadamente, que subir la intensidad de la campaña antiTrump con espectáculos como las audiencias con Robert Mueller va a mover la aguja en su favor entre esa minoría que se proclama independiente y que es la que, al final, decide las elecciones.

En un clima político más normal y menos polarizado, el desastre de las audiencias con Mueller sería más que suficiente para llamar a los demócratas a un poco de cordura, trabajar con los republicanos y el Presidente en encontrar terreno común en el cual aunar fuerzas por el bien del país y, al mismo tiempo, desarrollar una plataforma política razonada y razonable para ofrecerles una alternativa sólida a los votantes en noviembre de 2020. Por si acaso, no voy a aguantar la respiración. En otras palabras, mejor espero sentado.

 

Las opiniones y el contenido expresados en este artículo son exclusivamente las de su autor y no reflejan la posición editorial de Los7Días.com.

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