Por Manuel Ballagas
Los7Días.com
Entre las muchas dádivas que prometen los aspirantes demócratas a la presidencia se encuentra una que oímos mencionar muy a menudo, y a veces a voz en cuello: “Medicare para todos”. La propuesta parece resonar con una audiencia ávida de los regalitos de un generoso Estado de bienestar. Se ha vuelto la consigna preferida de la progresía.
Nunca faltan los aplausos cuando Bernie Sanders o Elizabeth Warren se presentan en cualquier parte, y a la manera de Robin Hood, ofrecen tomar de las personas mayores el conocido programa de atención médica para extenderlo a personas de toda edad, incluidos los indocumentados, por supuesto.
Fruto de años
El demócrata Lyndon B. Johnson nunca pudo imaginar tal destino para el programa que puso en vigor el 30 de julio de 1965. Fue el fruto de años de esfuerzos políticos. El propio Franklyn D. Roosevelt quiso promulgarlo en 1935, pero renunció a ello con tal de lograr la aprobación de la Seguridad Social.
Medicare se costea, en un 37%, con un impuesto de nómina. El trabajador paga 1.45% de su salario; la empresa agrega otro 1.45%. Un impuesto del 0.9% se añade para sueldos que excedan los $200,000 al año. Los trabajadores autónomos contribuyen el 2.9% de sus ingresos. El gobierno federal pone el resto … con plata de nuestros taxes. El 15% del presupuesto nacional.
Actualmente, casi 60 millones de personas en Estados Unidos reciben atención médica a través de Medicare, es decir, aproximadamente la sexta parte de la población. En fecha reciente, el gasto anual de Medicare alcanzó $678,700 millones, repartido entre pagos de consultas médicas, hospitalización y cirugías, así como de medicamentos.
Resulta comprensible que quienes carecen de buen seguro médico, o que sencillamente no lo tienen, contemplen a Medicare como un santo remedio digno de ser compartido. “Vengan, viejitos”, parecen decir. “Dadnos algo, basta de egoísmo”. Pero esos que piensan así merecen saber que ese programa no es precisamente un recurso inagotable, y mucho menos una panacea.
Gastos no incluidos
Medicare, en su forma simple (u original) no paga gastos como el dental, espejuelos o en muchos casos el costo total de los medicamentos. Los beneficiarios, además, han de satisfacer deducibles que para consultas y otros servicios asciende a unos $180 al año, y para hospitalización es de $1,340. También han de pagar una prima mensual que a veces es de $200.
Pero de la misma forma que Medicare no es una panacea, porque no cubre todos los gastos, y en gran medida no es “gratuito”, tampoco es compartible, como nos quieren hacer creer los demócratas. Si los expertos aseguran que Medicare, con sus actuales beneficiarios, sólo sería solvente hasta 2026, es fácil calcular lo que puede ocurrir si le sumamos de golpe decenas de millones más que aún no han cumplido 65 años y apenas empiezan a cotizar.
Y es que “Medicare para todos” no es más que una consigna hueca que entrañaría, de hecho, el fin de ese programa, así como el del actual sistema de seguros de salud privados, que cubre a la mayoría de los trabajadores estadounidenses. Su reemplazo no podría ser otro que un programa sanitario nacionalizado que, además de rebajar la calidad, dispararía los costos de la atención médica. En resumen: un desastre.
Esperemos que el votante estadounidense no se deje llevar en el 2020 por los cantos de sirena que los demócratas entonan en cada debate y acto de campaña. No hay nada gratis en esta vida, y el día que haya “Medicare para todos”, den por seguro que no lo habrá para nadie.
