Por David J. Hall
Los7Días.com
Megan Anna Rapinoe es una excelente jugadora de fútbol; las estadísticas no mienten. La mediocampista californiana ayudó al equipo nacional femenino de Estados Unidos a coronarse campeón en 2011 y 2015 y ganar la medalla de oro en los juegos olímpicos de 2012. Desde 2018, cocapitanea la selección nacional que defiende la copa mundial en Francia, y no hay dudas de que su juego técnico y agresivo ha sido un factor determinante en el arrollador paso de su once que, tras las dramática victoria sobre el equipo anfitrión -con los dos goles anotados por Rapinoe- aseguró su avance a las semifinales, donde enfrentará a Inglaterra.
Para muchos, como yo, que no siguen el fútbol femenino, el nombre de Rapinoe, a pesar de sus éxitos en la cancha, era prácticamente desconocido. Pero la que sin duda es toda una sensación en ese deporte ha demostrado tener opiniones tan fuertes como sus piernas o más, y las lanza con igual furia… aunque quizá no con la misma efectividad, lo que la ha hecho trascender el terreno estrictamente deportivo.
Activista gay
Megan Rapinoe es una activista gay y furibunda antitrumpista. Y recientes actitudes y declaraciones suyas no poco controversiales, en el marco de la copa mundial, han acaparado más la atención de los medios de comunicación internacionales que sus hazañas con el balón.
Todo comenzó cuando Rapinoe se negó a unirse a sus compañeras de equipo para cantar el himno nacional y saludar la bandera de su país en las ceremonias del torneo. “Probablemente nunca más pondré mi mano sobre el pecho ni cantaré el himno nacional,” dijo Rapinoe cuando se le preguntó por qué. “Como una activista gay, sé lo que significa mirar la bandera (y creer) que no protege todos tus derechos.”
Hasta aquí, todo bien. Soy de los anticuados, que todavía se emocionan cuando escuchan el himno nacional y miran la bandera de las barras y estrellas, y considero una afrenta vergonzosa cualquier tipo de actitud que deshonre los símbolos por los que tantos miles de hombres y mujeres han dado sus vidas, precisamente para asegurarles a Megan Rapinoe y otros como ella el derecho a deshonrarlos. Pero creo apasionadamente en la Declaración de Derechos consagrada en la Constitución de los Estados Unidos, y defiendo el derecho de Rapinoe a asumir esa actitud, aunque en mi opinión vergonzosa.
Su antitrumpismo tampoco me sorprende ni molesta; es también su derecho, pero cuestiono su vulgaridad y falta de clase. Como se espera que el equipo estadounidense ratifique su condición y mantenga la copa, es tradición que los campeones reciban una invitación a la Casa Blanca para celebrar el triunfo de la nación y recibir las felicitaciones del presidente. Era fácil anticipar que Rapinoe declinara asistir, pero su grosera falta de respeto a la institución de la presidencia le resta, a mis ojos, la legitimidad que de otra manera tendría su negativa. “No voy a la fu…ing Casa Blanca,” dijo, rezumando desprecio, al preguntarle un periodista sobre esa posibilidad. ¡¡Y pensar que hubo un tiempo en que lo cortés no quitaba lo valiente!!
Odio de género
Si Rapinoe hubiera limitado sus payasadas a “fajarse” con Trump, me hubiera importado poco, pero en sus más recientes declaraciones, la californiana pasó una línea que se me hace difícil ignorar: sacó a relucir su preferencia sexual para disminuir la capacidad de sus propias compañeras de equipo heterosexuales y ofenderlas, una manifestación, quizá subconsciente, de su odio de género y de la creciente arrogancia antiheterosexual —“políticamente correcta”— abrazada con entusiasmo por la agenda LGBTQ.
“No se puede ganar sin jugadores homosexuales.” Antes de siquiera entrar a analizar lo absurdo de esta afirmación, ¿se imaginan que Rapinoe tuviera una pobre actuación en un partido y una de sus compañeras dijera que “no pudimos ganar por culpa de la homosexual”? El escándalo y la indignación habrían sido mayúsculos. Y con razón, no sólo por la estupidez de asignar atributos y capacidad deportiva a algo tan irrelevante en este caso como la orientación sexual, sino por la inaceptable ofensa antigay de tal declaración. Ah… pero la situación es inversa y la hipocresía reina; si eres gay y sobre todo antiTrump, el ambiente de corrección política imperante te da patente de corso, y en vez de una ridícula antifeminista eres una “héroe”, y los medios de prensa, en vez de criticarte te celebran… y Alexandria Ocasio-Cortez te invita a su oficina en el Capitolio.
Entiendo el legítimo orgullo, sin arrogancia, ante un logro en cualquier actividad, ya sea intelectual, deportiva, o de cualquier otra índole que requiera talento y esfuerzo. Pero ¿cómo puede uno estar orgulloso -o avergonzarse- de una condición innata, que no puede cambiar? Hombre, mujer, blanco, negro, alto, bajo … (¿gay?). Aunque nací y me crie en una época y un país que hace (¿hacía?) de la homosexualidad una condición degradante y hasta punible -¿recuerdan los cubanos las UMAP?-, nunca me han preocupado ni importado las preferencias sexuales de la gente ni lo que hacen en la intimidad. Creo en la igualdad de todos lo seres humanos ante la ley. Pero esa declaración de Megan Rapinoe saca a la luz un fenómeno social que muchos evitan abordar por miedo a que se los acuse y estigmatice como antigays, un “crimen” casi capital en el mundo en que vivimos.
Movimiento feminista
Al igual que su predecesor, el movimiento feminista, que con el tiempo se radicalizó hasta convertirse en una cruzada antimasculina, la agenda LGBTQ ha pasado de una campaña para reivindicar igualdad de derechos ante la ley a los miembros su comunidad, a un ejercicio continuo de desprecio a la heterosexualidad y los cánones sociales tradicionales. Si alguien duda lo que digo, lo invito a que asista a un desfile de orgullo gay.
Megan Rapinoe es una estrella del fútbol femenino; su capacidad nada tiene que ver con su orientación sexual, pero su absurda afirmación demuestra que ella se cree superior a sus compañeras de equipo simplemente por ser homosexual. Es lamentable que la entrenadora del elenco no haya salido en defensa de las otras jugadoras, o más bien en defensa de la razón, y no haya reconvenido públicamente a Rapinoe por su desafortunada declaración. Tambiés es lamentable que la prensa haya mirado hacia otro lado.
Personalmente, aún deseo y espero que la escuadra estadounidense se alce con la copa y ratifique su condición de “mejor del mundo.” Me daría una gran satisfacción escuchar nuestro himno y ver izar nuestra bandera en la culminación de ese importante evento deportivo internacional. En cuanto a Rapinoe, nadie la obliga a ir a la “fu…ing Casa Blanca”. Aunque imagino que le habría encantado aceptar la invitación de Barack Obama. Para ella, la oficina de Ocasio-Cortez resulta más que apropiada.