Por Ricardo Brown
Los7Días.com
El 19 de septiembre de 1985, un terremoto de 8,1 en la Escala de Richter sacudió la Ciudad de México causando una monstruosa devastación. Después fueron sintiéndose fuertes réplicas, de las cuales la peor, al día siguiente, registro 7,9 en la Escala de Richter. Cayeron muchísimos edificios como resultado del terremoto y las réplicas. Pero lo peor fue el atroz saldo humano.
Yo no pude llegar a la Ciudad de México hasta el 21 de septiembre debido a que no fue hasta ese día que permitieron aterrizar vuelos en el Aeropuerto del DF. Viajé desde Miami. Carlos Botifol arribó ese mismo día desde Los Ángeles. Pedro Sevsec ya había podido llegar a la capital mexicana el día anterior. Según recuerdo, Pedro había podido viajar desde San Salvador al aeropuerto de una ciudad mexicana de provincia y desde allí se había trasladado por carretera a la capital. Los tres éramos corresponsales del Noticiero de la Cadena SIN, que era como se llamaba Univisión en aquel tiempo. Nos acompañaban a los tres periodistas varios camarógrafos y sonidistas. Recuerdo que Ángel Matos, un camarógrafo estrella, el sonidista Humberto Quesada, que era un adolescente entonces, y la productora Josie Goytisolo viajaron conmigo desde Miami. Algún día, con más tiempo y rigor, quizás escriba un relato más amplio de aquella cobertura, con más nombres y detalles. Esto que están leyendo lo escribo al vuelo. Tengo buena memoria, pero han pasado casi 34 años.
Espantosa destrucción
La destrucción que vi en el DF era espantosa, desgarradora. Se habían derrumbado múltiples edificios, incluyendo muchas joyas de la arquitectura de esa bella ciudad, conocida como la Ciudad de los Palacios. Había zonas en la Ciudad de México que la hacían lucir como la Ciudad de los Escombros. Pero lo más trágico y doloroso fue la pérdida de vida. Nunca se supo con exactitud cuantas personas murieron en aquel terremoto. Hay cálculos de que la cifra de muertos pasó de 20 mil. Hubo decenas de miles de heridos. Más de 250 mil personas se quedaron sin techo.
Mientras escribo esto, me vienen a la mente dolorosos recuerdos de toda la muerte y sufrimiento que vi en aquellos días después del sismo. Pero también tengo frente a mí, como si estuviera viendo una película, las imágenes de la solidaridad y heroísmo del pueblo mexicano, que acudió a la ayuda de las víctimas. No se me olvida el trabajo incansable de los equipos de rescate de México y de otros países. Fui testigo de cómo fueron rescatados con vida bebitos recién nacidos que quedaron sepultados bajo los escombros de lo que había sido la sala de natalidad del Hospital Juárez. Aquellos bebés estuvieron en algunos casos días bajo los escombros. Su supervivencia fue milagrosa.
Aquellos días han quedado grabados para siempre en mi memoria. Recuerdo que una noche José Díaz Balart y yo fuimos a lo que había sido el inmenso conjunto habitacional Tlatelolco, que ahora era una montaña de escombros bajo una nube de polvo. José había llegado a la Ciudad de México un día después que yo. Allí en el conjunto habitacional Tlatelolco, nos encontramos a Plácido Domingo que hacía una triste y silenciosa vigilia. Los tíos sordomudos del famoso tenor que fueron quienes le criaron habían quedado sepultados bajo los escombros. Durante varias noches regresamos José y yo a aquel lugar para acompañar por algunos momentos a Plácido Domingo, que tenía la esperanza de que sus tíos serían rescatados con vida.
Espesa polvareda
Había siempre una espesa polvareda sobre aquellos escombros del complejo habitacional donde había crecido Domingo. Sus padres, que eran cantantes de zarzuelas, viajaban mucho y el cuidado del niño que llegaría a ser una estrella internacional de la ópera estaba a cargo de aquellos tíos bondadosos. A mí me impresionó mucho conocer que habían sido unos sordomudos quienes habían criado a quien sería una de las mejores voces de la ópera. Se hablaba en aquellos días de que Domingo posiblemente perdería su privilegiada voz debido al polvo. Pero él se mantuvo en aquel lugar, día y noche, hasta que fueron encontrados los cadáveres de sus tíos.
Nuestro equipo de periodistas, camarógrafos y productores de la Cadena SIN estuvo varias semanas en la Ciudad de México. Durante aquellos días, fuimos testigos de cómo esa misma Madre Naturaleza que suele ser bella y bondadosa a veces tiene inexplicables arranques de furia en que desata castigos monstruosamente crueles y devastadores contra gente inocente e indefensa. Pero a la vez, pudimos constatar que los seres humanos pueden ser capaces de inmensa generosidad y heroísmo en momentos de tragedia. Nunca olvidaré la solidaridad de los mexicanos con las familias que perdieron seres queridos, con los heridos y con los que quedaron sin techo. Pero esto iba a ser un relato sobre la foto en la casa de Octavio Paz. Y lo que escribo ya se hace largo y no acabo de ir al grano. Me disculpo con ustedes. Cuando me siento a escribir sobre episodios de mi vida, a veces la memoria se hace dueña de lo que cuento. Pierdo el control de las palabras que me brotan. Pero haré ahora el esfuerzo para no seguir divagando. He aquí como recuerdo aquella visita a la casa de Octavio Paz.
Montaña de cadáveres
Yo llevaba varios días en la Ciudad de México, reportando sobre aquel cataclismo, trabajando de sol a sol, viendo montañas de cadáveres, oliendo a la muerte que se había adueñado de una mágica ciudad que había conocido desde niño y a la que había regresado tantas veces y siempre había sido para mi majestuosa, alegre y cariñosa. Y ahora veía ruinas, tristeza y luto. Yo no acababa de comprender aquello, no entendía porque me había tocado estar allí en aquel momento tan terrible y tan doloroso. No entendía cuál era mi papel en aquel drama. No sabía cómo explicar aquello como reportero. Estaba convencido de que no tenía la capacidad ni las palabras ni la sabiduría. Y pensé -casi irracionalmente- que tenía que hablar con Octavio Paz, uno de los más brillantes poetas y ensayistas que yo había leído. Se apoderó de mí algo así como una fuerza superior que me ordenaba a buscar una conversación con Octavio Paz. Le pregunté a un amigo mexicano, el famoso periodista Juan Ruiz Healy si él sabía como comunicarse con Octavio Paz. Resultó que Juan era amigo de Paz y me dio su teléfono. Y llamé a Octavio Paz.
Sorpresivamente, fue el mismo Octavio Paz quien contestó la llamada. Yo le dije quien era, le expliqué que estaba en el DF cubriendo las secuelas del terremoto. Le pedí una entrevista. Pero me decepcionó su respuesta. Me dijo Paz que su misma casa había sufrido algunos daños y que su esposa estaba muy nerviosa para recibir visitantes desconocidos. Y que él solo había concedido una entrevista a un periodista francés, precisamente por que era amigo de su esposa y había tenido que rechazar muchas solicitudes de periodistas que le querían entrevistar.
Y yo no sé si fue mi incredulidad nerviosa de tener a Octavio Paz al otro lado de la línea telefónica o si fue simple audacia o delirio de mi parte, pero le dije más o menos estas palabras: “Mire, Sr. Paz. Lo entiendo. Respeto mucho lo que me ha dicho. Pero es que usted podrá negarle una entrevista a cualquier otro periodista, pero a mi no. Le cuento que yo me crie en Estados Unidos, hablando inglés, siendo un voraz lector y estudiante de literatura en ese idioma, y salvo lo que siempre leí escrito por José Martí, era poco lo que leía en español, hasta que me topé con su poesía y sus ensayos. Usted es responsable de que yo me haya interesado tanto por la literatura de América Latina, sobre todo la de México. Usted es responsable, Sr. Paz, de que yo esté trabajando en un canal de televisión que transmite en español. No se enoje conmigo, pero yo no puedo aceptar que usted se niegue a hablar conmigo. Es como si Amado Nervo, Sor Juana Inés de la Cruz, Mariano Azuela, Alfonso Reyes, todos ustedes, los grandes escritores de México, me estuvieran rechazando y eso me dolería mucho. Es más, es como si el mismo José Martí, compatriota mío que vivió acá y que quiso tanto a México me dijera que no puede hablar conmigo. Yo vengo días sufriendo por lo que veo, por lo que escucho, por lo que siento en este México tan golpeado por la destrucción y la muerte. Perdone mi atrevimiento, Sr. Paz, pero si usted le concedió una entrevista a un francés que conoce a su esposa, debe concederme una a mí, que lo conozco muy bien por lo que ha escrito, aunque usted no me conozca a mí.”
Cita con Octavio Paz
Sorpresivamente, Octavio Paz se rio suavemente. Me dijo que podía pasar por su casa esa misma tarde. Me dio la dirección. Le dije que me acompañarían algunas personas, porque yo era parte de un equipo de televisión. Estuvo de acuerdo. Yo quise que Carlos Botifol y Pedro Sevsec, excelentes periodistas, me acompañaran en aquella entrevista. Carlos, que nació en Cuba, vivió parte de su niñez y adolescencia en México. Pedro, uruguayo, conocía muy bien a México. Tanto Carlos como Pedro habían estado trabajando incesantemente en la cobertura sobre la catástrofe del terremoto. Habían sido, al igual que yo, testigos de la horripilante destrucción y muerte. Y ambos eran cultos, voraces lectores, y muy familiarizados con la obra de Octavio Paz. Yo estaba seguro de que íbamos a tener una interesantísima conversación con Octavio Paz. José Díaz Balart, que también es uno de esos periodistas con insaciable sed de cultura y admirador de Octavio Paz, no fue con nosotros porque en un gesto de solidaridad se ofreció para encargarse él ese día de los envíos por satélite de los reportajes que habíamos hecho los cuatro reporteros de la Cadena SIN que estábamos en la Ciudad de México.
La casa de Octavio Paz estaba en la zona del Paseo de la Reforma. Si algún día escribo con más tiempo y rigor sobre nuestra visita, tendré que verificar la dirección exacta. En este momento no la recuerdo. Repito, han pasado 34 años. Tocamos la puerta y nos recibió la esposa de Paz, la francesa Marie-José Tramini. Fue amable con nosotros, pero yo la noté nerviosa y algo incómoda. Pensé que quizás era que no esperaba que llegara a su casa tanta gente para entrevistar a su esposo. Éramos, según recuerdo, ocho personas entre periodistas, camarógrafos, sonidistas y la productora Josie Goytisolo. Marie-José nos invitó a pasar a la biblioteca. Allí nos esperaba Octavio Paz. En las fotos que guardo de nuestra visita, Paz, que tenía entonces 71 años, se ve serio. Pero yo recuerdo que nos recibió con una amplia sonrisa y fuertes estrechones de mano. Paz tenía un carisma natural y una semblanza impresionante, con una frondosa cabellera que comenzaba a lucir canas y ojos profundamente azules. Hablaba con una voz suave, melodiosa, y una perfecta dicción. De inmediato nos sentimos relajados frente a Paz. Y él, obviamente, se sintió cómodo con nosotros. Habló con cada una de las ocho personas de nuestro equipo. Nos mostró unas grietas que el terremoto había dejado en las paredes interiores de la casa. Nos dijo que, a pesar de ello, no temía que se fuera a derrumbar la estructura. La casa era elegante y a la vez sencilla. Era una casa tan acogedora como su dueño.
Extensa charla
Pedro, Carlos, Josie y yo estuvimos hablando un buen rato con Paz, mientras los camarógrafos y sonidistas preparaban las luces, los micrófonos y las cámaras. Yo no podía creer lo sencillo y amable que era este gigante de la literatura. Hablamos de muchas cosas, incluyendo sobre la obra de Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes y Gabriel García Márquez. Algún día tendré que conversar con Pedro, Carlos y Josie sobre qué recuerdan ellos de aquella deliciosa conversación. En este momento, no me atrevo a relatar de memoria las cosas interesantes que nos comentó Paz. Yo le conté a Paz que cuando vivía en Connecticut, yo veía sus comentarios en el Noticiero de la Cadena Televisa que presentaba Jacobo Zabludovsky. Eran los primeros tiempos de la televisión por cable y yo no me perdía aquellos noticieros mexicanos para poder ver los comentarios de Octavio Paz. Le comenté que me impactaron especialmente los comentarios que hizo sobre Cuba durante el Éxodo del Mariel. Eran críticas fulminantes al régimen de La Habana. Paz, como muchos intelectuales latinoamericanos, al principio apoyó la revolución cubana. Pero se desencantó con el tiempo. Y el Éxodo del Mariel para él fue la mayor prueba del fracaso de la revolución. Así lo decía en los comentarios de Televisa en 1980 y así nos lo reiteró en aquella conversación en su casa más de cinco años después.
Paz se interesó por cada uno de nosotros. A Pedro le preguntó sobre Uruguay, a Carlos le pidió que le contara sobre sus primeros años en México después de haber salido de Cuba, a Josie le preguntó si ella estaba emparentada con los tres grandes escritores catalanes José Agustín, Juan y Luis Goytisolo. Resultó que sí. El padre de Josie, Agustín, nacido en Cuba, era primo de los hermanos Goytisolo, cada uno de los tres un gigante de la literatura.
Finalmente nos sentamos a hacer la entrevista para la televisión. Rodando las cámaras y abiertos los micrófonos, Paz nos habló de lo que consideraba un contraste en la manera ineficaz -según él- en que había respondido a la tragedia del terremoto el gobierno del presidente Miguel de la Madrid y la respuesta del pueblo mexicano. Según Paz, el gobierno había intentado minimizar los daños y la pérdida de vida. A la vez, nos dijo, el pueblo mexicano entero se había movilizado para ayudar a los damnificados. En respuesta a una de las preguntas de Pedro, Paz nos dijo que la infame “mordida,” la corrupción, había incidido en la magnitud del desastre. Nos dijo que por mucho tiempo se habían hecho edificaciones en la Ciudad de México sin obediencia a los códigos de construcción y que muchas de esas estructuras se habían desplomado cuando tembló la tierra, mientras que algunas de las más antiguas edificaciones de la capital habían resistido el embate del terremoto y las réplicas. Fue una entrevista sumamente interesante que quizás esté aún en los archivos de Univisión. Posteriormente, cuando regresamos a Miami, Pedro Sevsec hizo una transcripción que fue publicada por el periodista Ariel Remos en el Diario las Américas. Yo por mucho tiempo tuve copias de la grabación y de la transcripción de la entrevista, pero se perdieron en una inundación de mi casa durante el Huracán Wilma.
Terminada la entrevista en cámara, continuamos hablando con Octavio Paz, que obviamente disfrutaba de nuestra visita. Pero Marie-José Tramini se veía inquieta. Se hizo evidente que ella pensaba que ya se había hecho larga nuestra presencia. Y nos despedimos de Paz. Pero yo tuve otro arranque de delirio. Le dije a Paz algo así como esto: “Don Octavio (había pasado de “señor´´ a ´´don”) usted me perdona otro atrevimiento. Pero yo quisiera tener un libro autografiado por usted. Pero no he podido comprar uno antes de venir acá y he notado que usted tiene varios ejemplares de sus obras sobre aquella mesa que también veo en los libreros. Me encantaría que usted me regalara uno de esos libros.´´ Y, con una sonrisa, Octavio Paz tomó un ejemplar ¨paperback´´ del Ogro Filántrópico, escribió una dedicatoria y me lo entregó, ante las miradas de asombro de mis colegas, según recuerdo.
Yo les juro que nunca en mi vida me había sentido más importante. Aún guardo el libro.