Por César Chelala
Los7Dias.com
Nueva York – El nuevo clima político en Israel, con el avance de elementos intransigentes en los principales partidos políticos, demanda un cambio de estrategia en los esfuerzos por alcanzar la paz en la región, algo que aparece cada vez más como “misión imposible”. Me pregunto si un pequeño ejemplo de convivencia pacífica y colaboración entre ciudadanos árabes y judíos tiene relevancia en este tema.
Uri Avnery, quien fuera uno de los principales activistas de la paz en Israel, ex- soldado israelí y ex-miembro del Knesset, insistía sobre la necesidad de un cambio de una narrativa para poder alcanzar la paz en el Medio Oriente, y argumentaba que la falta de un enfoque común es el obstáculo principal para lograr este objetivo. “La reconciliación es imposible si cualquiera de los lados es totalmente ajeno a la narrativa del otro, su historia, creencias, percepciones, mitos”, argumentaba Avnery. Y añadía: “Sólo si los intermediarios norteamericanos, neutrales o no, entienden a ambos pueblos, pueden entonces contribuir a promover la paz”.
Las narrativas son mecanismos que nos permiten entender mejor asuntos cruciales de nuestro tiempo. En situaciones de crisis, aun cuando perduran por largo tiempo, un cambio de narrativa permite enfocar los asuntos de forma diferente y, de esa forma, pueden crear un contexto conducente a la paz entre los pueblos.
Coexistencia en Tucumán
Tucumán, mi ciudad natal en el Norte de Argentina, recibió numerosos inmigrantes (entre ellos mi padre) que llegaron a esta ciudad a principios del siglo pasado. Muchos de ellos eran ciudadanos de países árabes, principalmente de Siria y el Líbano. Al mismo tiempo, la ciudad también contaba con una importante población judía.
En el centro de la ciudad, y a lo largo de varias cuadras, la llamada calle Maipú contaba (y cuenta aún) con decenas de negocios de propiedad tanto de árabes como judíos y sus dueños no solo coexistían pacíficamente. No recuerdo que haya habido un solo incidente de violencia entre ambas comunidades en esa época de la década de los 1950 y 1960. Más aún, en algunos casos, los dueños de los negocios tanto árabes como judíos colaboraban entre sí debido a intereses comerciales comunes.
En la década de 1950, mi padre, junto con el Profesor Manuel Serrano Pérez y el filósofo Víctor Massuh, fundaron en Tucumán un ente de cultura al que llamaron “Ateneo Cultural Gibran Khalil Gibran”, así denominado en honor del escritor y poeta libanés, uno de los más famosos escritores del siglo XX. (Incidentalmente, el presidente de los Estados Unidos, John F. Kennedy, usó unas palabras del poeta libanés –sin darle el crédito debido– cuando en su discurso inaugural dijo: “No preguntes qué puede hacer tu país por ti. Pregúntate qué puedes hacer tu por tu país”).
Calibre intelectual
El principal objetivo del Ateneo Cultural fue la organización de conferencias de destacados oradores, como el Premio Nobel de Literatura Miguel Ángel Asturias y escritores argentinos como Ernesto Sábato y Ezequiel Martínez Estrada. Debido al alto calibre intelectual de los conferencistas, estos eventos contaron con la participación de estudiantes, profesores y el público general.
Muchas de las conferencias tuvieron lugar en la Sociedad Sirio Libanesa mucho antes del doloroso cisma entre los países árabes y el Estado de Israel. Esa separación provocó un considerable malestar entre los directores de la Sociedad por la participación de intelectuales judíos en estas conferencias.
Sin embargo, debido a los incansables esfuerzos de mi padre y sus amigos, se permitió la participación de estudiantes y profesores judíos en esos eventos, algo que, en esa magnitud, nunca había ocurrido antes. En los casos descritos, los intereses comerciales y culturales permitieron a árabes y judíos colaborar, superando la desconfianza que tradicionalmente existía entre ellos.
Paz entre dos pueblos
A menudo me pregunto si en mi ciudad natal, a miles de kilómetros de Medio Oriente, se pudo desarrollar una narrativa común basada en intereses comerciales y culturales mutuos, ¿por qué no puede ocurrir lo mismo ahora, sobre la base del objetivo más importante de la paz entre ambos pueblos?
Yo creo que esto es posible, pero sólo si los participantes en el conflicto son capaces de ver los intereses comunes reales, no en los términos negativos habituales creados por décadas de antagonismo cívico y religioso. La paz es posible si (valga la redundancia) somos capaces de luchar por ella.