Por Emilio J. Sánchez
Los7Días.com
Para muchos la soledad es un mal; para otros, un bien. En todo caso, es imposible evitarla; podemos reducir sus penas, si aprendemos a lidiar con ella y, a la vez, aprovechar sus beneficios. En ambos casos la lectura es un recurso invaluable.
Hay una soledad que mata. Se habla en nuestros días de epidemia de soledad y su secuela de cardiopatías, cáncer, depresión, diabetes y suicidio. Cuando menos, tristeza e infelicidad. Esa es la soledad negativa, impuesta por las circunstancias. Vida solitaria, pérdida o alejamiento de familiares y amigos; jubilación; falta de educación para el ocio.
Una investigación del 2018 de la aseguradora Cigna arrojó que la mitad de los estadounidenses encuestados se siente sola. Ocurre en todas las edades, pero se agrava en el caso de las personas que pasan de 65 años.
Enorme paradoja: en tiempos de internet, comunicación instantánea y redes sociales nos sentimos cada vez más solos. Mientras más conectados; más incomunicados. Muchos buscan el contacto superficial con los demás (los cientos de amigos y seguidores) para llenar el vacío espiritual de sus vidas.
Con todo, hay otra soledad que nos enriquece y vivifica, aunque hay que buscarla, domarla y cultivarla. Esta es la soledad positiva, que favorece la introspección, la búsqueda de uno mismo y la creatividad.
Uno puede sentirse solo en pareja e incluso rodeado de familia. Ciertas compañías no acompañan. El doctor en Filosofía y Teología Francesc Torralba —autor de El arte de saber estar solo, Ed. Milenio, 2013— enfatiza que “no hay peor sensación de soledad que aquella que se experimenta al estar en pareja o con gente”. Torralba asegura que “la soledad también es un antídoto a la banalidad y a la superficialidad”.
Agobiado por el estrés y rodeado de otros seres (pareja, hijos, padres, vecinos, amigos, colegas o la multitud), el individuo se permite hacer un alto dentro de sus ocupaciones, tomar distancia de todo y todos. Solo consigo mismo pasa balance a sus actos, revisa el pasado y planea el futuro, incluso el día de mañana.
Ese breve paréntesis, asimismo, le permitirá dedicarse a empresas más gratificantes, como la meditación trascendental, la pintura, la escritura o la lectura. Una vez energizado, podrá retornar a su rutina, enriquecer sus vínculos sociales y comunicarse mejor con sus congéneres.
El ser humano interactúa con sus semejantes casi sin esfuerzo porque es un ser social por naturaleza. En contraste, la soledad positiva exige un entrenamiento, un aprendizaje.
Ese remedio infalible
Sacarle partido implica concentración a más de una buena dosis de silencio (todo lo que nuestra época, signada por la multiplicación de estímulos sensoriales y una creciente polución auditiva, impide).
Tales condiciones son las ideales para actividades como meditar, escribir, escuchar música y leer. Precisamente, la lectura potencia la soledad positiva y reduce la soledad negativa.
Un libro puede ser fuente de conocimientos, pero, ante todo, de placer. Placer estético. Es también un recurso compensatorio: leemos, sostiene el Nobel Mario Vargas Llosa, porque la vida tal y como la conocemos no nos satisface. “La literatura nos desagravia de los reveses y frustraciones que nos inflige la vida verdadera y gracias a ella desciframos, al menos parcialmente, el jeroglífico que suele ser la existencia para la gran mayoría de los seres humanos”.
Salvo en la escuela, nadie lee en busca consciente de “cultura” o de “conocimientos”. Y, sin embargo, esa actividad reporta muchos beneficios, entre ellos, mejora el sueño, reduce el estrés y la depresión, eleva la autoestima, desarrolla la empatía y habilidades sociales, favorece la concentración, enriquece el vocabulario, frena el deterioro cognitivo, previene el Alzheimer y otras enfermedades neurodegenerativas, y desarrolla las habilidades comunicativas.
Puede funcionar como formidable instrumento terapéutico en la medida en que fortalece nuestra autoestima, rebaja la dependencia y consolida nuestra individualidad. Quien se acompaña de libros nunca se siente solo. Y, al gozar de más compañía espiritual, puede soportar mejor la ausencia de compañía física.
En las obras literarias encontramos un tesoro. Ellas nos permiten penetrar en la conciencia, preocupaciones, sentimientos y emociones de cada autor; iniciar un diálogo entre el lector y sus personajes; una conversación entre gente de diversos países y épocas; diferentes culturas y sensibilidades. La buena literatura constituye una rica y saludable compañía espiritual. Es impulso, no evasión.
No hay que ir a ella en busca de moralejas ni mensajes. Basta disfrutar de la artesanía de las palabras, paladear la belleza de las imágenes, la originalidad de las ideas y los vuelos de la imaginación. Dejarse llevar de la mano del autor. Acompañarlo y completar así su obra.
Decía el filósofo español Adolfo Sánchez Vázquez que nadie es el mismo después de la lectura de una buena obra literaria. Ese cambio, para bien, dependerá de la naturaleza del texto y de las características del lector. Leer es, además, la oportunidad para enriquecer la plática de sobremesa, la reflexión entre padres e hijos, el encuentro con los amigos, el intercambio con los colegas, la clase o el artículo periodístico. Es, en fin, el canal para conectar con otros lectores, también ellos ávidos de compañía significativa y mutuamente provechosa.
La maravilla de las bibliotecas
Después de más de 20 años residiendo en Miami sigo admirando la labor de las bibliotecas. Costeadas por los contribuyentes, estas no se limitan a prestar libros y películas, sino que brindan servicios de orientación bibliográfica, asistencia a usuarios con necesidades especiales, acceso a internet, clases y conferencias para adultos, conciertos, exposiciones y programas para niños… Sin duda es un invaluable polo de difusión del conocimiento y la cultura, lamentablemente no siempre valorado por la comunidad.
La Asociación de Bibliotecas de Estados Unidos estima que existen más de 120.000 instituciones en el país, entre académicas, escolares, especializadas, militares, gubernamentales y públicas (de las últimas, cerca de 9.000). La Biblioteca del Congreso es la más grande del mundo, con más de 36.8 millones de volúmenes, sin contar manuscritos y otras publicaciones.
Con la revolución digital, el sistema se ha ampliado, diversificado y perfeccionado. Esto que uno pueda consultar el catálogo a través de internet, solicitar una obra y recibir el aviso de que ya puede pasar a recogerla es sencillamente el sueño de cualquier bibliófilo. Ahora, para mayor regocijo, las tardanzas en devoluciones no son multadas…
Es posible que yo sea uno de los individuos que más se ha beneficiado de los servicios de las bibliotecas: primero fue la de Coral Gables, luego la Hispánica y, desde hace unos ocho años, la de Shenandoah.
Para mí, leer es más que una afición o hábito: es una necesidad esencial. Cada día me trae la maravilla de dialogar con dos o tres autores, bien sea a través del libro de papel o digital. Los finlandeses —de fama bien ganada en educación y lectura— leen un promedio de 47 libros al año; yo, que me muevo alrededor de la misma cifra, reconozco que no alcanza el tiempo para hojear todo lo que me interesa.
Así pues, cada día soy más selectivo con libros y amigos para aprovechar al máximo el regalo de la soledad.