Por Andrés Hernández Alende
Los7Días.com
Un supremacista blanco realizó este viernes 15 de marzo la peor matanza terrorista en la historia de Nueva Zelanda.
El terrorista, un australiano islamófobo de 28 años que dijo llamarse Brenton Tarrant, entró en una mezquita de la ciudad neozelandesa de Christchurch y asesinó a más de 40 feligreses. Otras cinco personas fueron asesinadas en una mezquita cercana, posiblemente por el mismo sujeto.
Tres individuos –entre ellos Tarrant– fueron arrestados tras una persecución policial en automóvil.
El asesino grabó la matanza con una cámara que llevaba sujeta a su ropa, para transmitirla en vivo en las redes sociales.
La peor masacre
Fue la peor masacre cometida por un supremacista blanco desde el atentado en Noruega en 2011, ejecutado por Anders Behring Breivik, que mató a 77 personas. Tarrant dijo que se inspiró en el noruego para llevar a cabo el espantoso homicidio contra musulmanes.
En una cuenta de Twitter –que fue cerrada posteriormente–, Tarrant publicó un manifiesto bajo el título de The Great Replacement (El gran reemplazo), en el cual dice que iba a “cometer una barbarie para evitar otra mayor”. Tras asegurar que era “un hombre blanco normal”, dijo que quería “enseñar a los invasores que nuestras tierras nunca serán sus tierras, nuestra patria nunca será la suya, al menos hasta que el hombre blanco viva, y que nunca conquistarán nuestro país y nunca sustituirán a nuestra gente”.
El australiano Tarrant debería haber recordado que “sus tierras” fueron arrebatadas a los aborígenes de Australia hace apenas dos siglos por los británicos, quienes llevaron a cabo un genocidio contra la población autóctona del continente meridional. ¿Pero qué se puede esperar de un nazi trastornado que debe de pensar que la raza blanca ha sido elegida por algún dios para imponerse en el mundo?
La matanza de Nueva Zelanda contra la comunidad musulmana revela el grado de peligro que constituyen estos supremacistas fanatizados, que se consideran superiores al resto de los seres humanos. Los hay en todas partes, en Australia, en Nueva Zelanda, en Europa, en los Estados Unidos. Y en algunos de esos países donde prosperan estos psicópatas, laxas leyes sobre la venta de armas les permiten hacerse con un arsenal para perpetrar sus atentados. Sucedió con Tarrant en Nueva Zelanda. Sucedió con Dylann Roof en los Estados Unidos, quien en 2015 asesinó a nueve afroamericanos en una iglesia cristiana de Charleston. Sucedió en octubre de 2018 en una sinagoga de Pittsburgh, en Pensilvania, donde un antisemita mató a 11 judíos. Va siendo hora de revisar esas leyes para evitar que los instrumentos de la muerte caigan en manos de individuos sumamente peligrosos.
Actos de barbarie
Es hora también de combatir con energía la retórica de odio y discriminación que difunden muchos extremistas, entre ellos no pocos políticos. Esa retórica inspira a los supremacistas y los lleva a cometer actos de barbarie. Es una irresponsabilidad letal que alguien con poder se pare en una tribuna a inflamar los instintos agresivos de los racistas.
Todos somos seres humanos y nuestras vidas son sagradas, independientemente de nuestra etnia, del color de nuestra piel, de nuestra nacionalidad, de nuestro género, de la religión que profesamos (o de nuestro ateísmo), de nuestras ideas políticas. El mundo no puede ser un altar de la discriminación, ni un lugar dividido por barreras que incomuniquen a los seres humanos. Todos somos iguales y todos tenemos la misma dirección: Planeta Tierra, Vía Láctea. Y en este planeta, no hay lugar para el racismo ni para los extremismos sanguinarios y demenciales.
