“La educación es lo único que hace libre a un pueblo”.
José Martí
Por María Victoria Olavarrieta
Los7Días.com
Me invitaron a la fiesta de cumpleaños de una niña de 6 años, llevé un CD de canciones infantiles preciosas, que mi ex suegra me trajo de Cuba y me entregó como quien deposita un gran tesoro a buen resguardo.
Los niños saltaban en un inflable alquilado, los adultos tomaban cerveza, ron y bailaban reguetón. Dos abuelas angustiadas por el calor y el tiempo excesivo de la saltadera conversaban cerca de mí.
Le propuse a la madre de la cumpleañera que pusiera mi CD. A los niños de ahora no les gustan esas canciones, Mary, me dijo sin escucharlas, el reguetón es lo que está de moda.
Las tardes veraniegas son largas en Miami, pero los padres se empeñan en empezar las fiestas a las 2 o 3 pm. cuando el sol raja las piedras y los rayos ultravioletas hacen estragos en la piel. Los niños estaban empapados en sudor, ya algunos habían discutido y la festejada empezó a llorar.
Canciones escolares
A mis alumnos pequeños yo les voy enseñando canciones durante todo el año escolar, los que llevan varios cursos conmigo, ya se saben de memoria “Barquito de papel”, “Arroz con leche”, “La hormiguita retozona”, “Dame la mano y danzaremos”… Había 3 de mis alumnos en la fiesta. Si a Maceo con 12 hombres le bastaba para hacer la independencia de Cuba, yo con 3 niños tenía que resolver aquel problema.
Les llevé una botellita de agua a cada uno, en dos horas que llevaban saltando no vi a nadie preocuparse por su hidratación. Cuando mis estudiantes supieron mis intenciones, se alborotaron, pero la música se oía tan alto que no podían escuchar bien mis instrucciones. Llegó el momento álgido: tendría que volver a hablar con la madre y preguntarle si podrían bajar un poco el volumen. Ella me remitió al disc jockey y éste ni se enteró, ensordecido tan cerca de las bocinas.
–Llevemos los muchachos para el parque –sugirieron las abuelas.
Empezaba a bajar un poco el sol y corría la brisa, serían como las 6 de la tarde. Aquellos pobres niños no tenían idea de lo que era hacer un ruedo y moverse en círculos con las manos tomadas. Mis tres alumnos fueron sus monitores y las abuelas, las maestras ayudantes. Después de un corto entrenamiento pudimos cantar: “Me gusta la leche, me gusta el café, pero más me gustan los ojos de usted”.
Un niño se mantiene en el centro del ruedo con sus ojos cerrados o cubiertos con un pañuelo, no se puede hacer trampas y mirar, la elección del próximo niño que ocupará el centro, se hace a ciegas. Al finalizar el canto, todos se detienen al unísono y el niño que resulta señalado por el del centro, que se mantuvo todo el canto con su brazo extendido y apuntando con su índice, sustituye al del centro. Y todo vuelve a empezar.
Solo mis tres alumnos conocían este juego tradicional cubano y la mayoría de las familias de la fiesta eran cubanas.
Abuelas felices
Las abuelas estaban felices; los padres, agradecidos de que los muchachos no los hubieran molestado durante un buen rato y ya mostrando los efectos del alcohol, los niños no querían parar de jugar y la maestra, aunque exhausta, pensaba feliz que Carmina, desde el cielo, le sonreía.
En la última clase con Carmina, ya cuando alcanzaba la puerta para irse, giró y como quien lanza una sugerencia al aire nos dijo entre la ternura y la firmeza:
Ah, católicas, no se olviden del tercer mandamiento, pero háganlo extensivo, que sus cumpleaños, sus bodas, sus fiestas de fin de año, sean santas. Atrévanse a santificar sus fiestas populares.
No podía irse así, esa noche regresaba a Cuba y yo no puedo hacerlo hasta que mi patria sea libre. Me sonrió desde lejos. Esa fue la última vez que la vi, hará unos 15 años, en la parroquia de Saint Agnes, Key Biscayne, cuando vino invitada por sus antiguas alumnas de la Universidad del Sagrado Corazón, de San Juan de Puerto Rico.
Menuda tarea me has dejado, maestra.
Carmina Roselló, Hna. Del Sagrado Corazón, española de Mallorca, donó más de 20 años de su vida religiosa a Cuba. Yo pedí a mi superiora venir a Cuba, me dijo un día, era mi oportunidad de llevar a Cristo a un pueblo ateo. El educador es el que sabe extraer la perla sin violencia, quien hace fluir una energía, una corriente, una comunicación capaz de lograr esto.