Por Mercedes Chenaut
Los7Días.com
Cuando en la novela El amor en los tiempos del cólera, del gran Gabo García Márquez, el personaje Florentino Ariza escucha doblar las campanas y presiente que ha muerto Juvenal Urbino y que su amada de tantos años y de siempre a la distancia, Fermina Daza, ha quedado viuda, el hombre –que ya es un anciano– no está solo. En su hamaca ha dormido la siesta, y le ha hecho el amor, a una niña de 13 años, América Vicuña, que ha venido del campo y la han puesto bajo su tutela unos parientes confiados. Él la manda a estudiar en colegio católico y la retira los fines de semana. Dice Gabo: “la fue llevando de la mano con una suave astucia de abuelo bondadoso hacia su matadero clandestino”. El matadero era su libido degenerada, la hamaca dispuesta donde la jovencita perdería su virginidad, se convertiría en su amante y se enamoraría del hombre más que maduro.
Leemos: “Carajo –dijo en la penumbra–. Tiene que ser un tiburón muy grande para que lo doblen en la catedral. América Vicuña, desnuda por completo, acabó de despertar.
–Debe ser por el Pentecostés –dijo.
Florentino Ariza no era experto ni mucho menos en los negocios de la iglesia, ni había vuelto a misa desde que tocaba el violín en el coro con un alemán que le enseñó además la ciencia del telégrafo […] Pero sabía sin duda que las campanas no doblaban por el Pentecostés. […]
–No –dijo–, unos dobles así sólo pueden ser de gobernador para arriba.
América Vicuña, con el pálido cuerpo atigrado por las rayas de luz de las persianas mal cerradas, no tenía edad para pensar en la muerte. Habían hecho el amor después del almuerzo y estaban acostados en la resaca de la siesta, ambos desnudos bajo el ventilador de aspas, cuyo zumbido no alcanzaba a ocultar la crepitación de granizo de los gallinazos caminando sobre el techo de cinc recalentado. Florentino Ariza la amaba como había amado a tantas otras mujeres casuales en su larga vida, pero a ésta la amaba con más angustia que a ninguna porque tenía la certidumbre de estar muerto de viejo cuando ella terminara la escuela superior”.
Cuando finalmente Fermina Daza, la amada por décadas y décadas y ahora viuda, accede al amor de Florentino, América, la jovencísima ultrajada por su tutor, no encuentra otra salida a su desesperación que el suicidio, como era de esperarse. Quien abusó de ella, quien la violó, no lamentará demasiado su muerte. Eso sí, se ocupará de que no se encuentre rastro alguno del romance vivido con la niñita.
Los lectores de El amor en los tiempos del cólera hemos dejado pasar este horror, lo hemos sumergido en lo más profundo de nuestro inconsciente y con ello hemos sido cómplices del abuso y la muerte de América Vicuña. No es la primera vez que desarrollo este tema. No será tampoco la última.
Lo que ha pasado en nuestro país, Argentina, hace pocas semanas, cuando la actriz Thelma Fardín se atrevió a confesar públicamente, con el apoyo de la Sociedad de Actrices, la violación a que fuera sometida a sus 16 años en una gira por Nicaragua, a manos del actor Juan Darthés, de entonces 45, me insta a hacerlo también ahora.
Siento la necesidad de gritar: América Vicuña (Américas Vicuñas del mundo y de la historia) rueguen por nosotros, sus victimarios, y perdónenos porque los malos tiempos del patriarcado no nos permitieron saber del todo lo que hacíamos.