Por Roberto Casin
Los7Días.com
Ocurrió una de esa noches en las que uno va sentado junto a la ventanilla luego de una agotadora jornada, camino a casa, viendo desfilar a toda velocidad las luces del alumbrado, con la mente en blanco, adormilado por la metálica cadencia del ferrocarril. Al otro lado del vagón, un anciano hojea las páginas de un periódico y frente a él, una mujer con la mirada clavada en el vacío lleva dibujada en el rostro una indescifrable sonrisa. Entre casi una decena de pasajeros, una pareja de jóvenes no ha dejado ni un instante de intercambiar en silencio promesas de amor. Era una noche ordinaria, hasta que el reloj dio las nueve y quince, en la próxima estación se abrieron las puertas, y un joven abordó el tren. Segundos después se escuchó un alarido: «¡Alá es grande!», y con hacha y cuchillo en mano, el inmigrante afgano de 17 años atacó indiscriminadamente a los pasajeros. El balance: cinco heridos, cuatro de gravedad.
El incidente no recibió, por motivos obvios, igual difusión en la prensa que otros actos terroristas de mayor dimensión, como el de noviembre último en París, el de marzo pasado en el aeropuerto y una estación del metro en Bruselas, o la masacre recién perpetrada en Niza. Pero para cualquier europeo es uno más de los múltiples atentados que los tienen sumidos en el pavor. El victimario del tren llegó hace unos dos años a Alemania solo, residía en Baviera, estaba registrado como solicitante de asilo, y tras pasar por un albergue de menores fue acogido en un hogar por una familia alemana. En su habitación la policía halló el dibujo de una bandera del Estado Islámico. En síntesis, ya casi suman una veintena los ataques de este tipo atribuidos a «lobos solitarios», léase fanáticos religiosos que actúan por voluntad propia o que son miembros de «células dormidas» infiltradas por los yihadistas en el viejo continente.
Mayor población musulmana
Alemania es junto a Francia el país de la Unión Europea con mayor población musulmana (casi cinco millones de personas). Y aunque hace tres años las autoridades alemanas proscribieron toda actividad a los grupos salafistas —una de las corrientes fundamentalistas más extremas del Islam— no ha cesado el peligro de atentados. En febrero último, la policía arrestó a dos terroristas de origen argelino que planeaban atacar la plaza Alexanderplatz, en el centro de Berlín, y el mes pasado, detuvo a tres sirios en Dusseldorf que pretendían detonar chalecos explosivos y masacrar a tiros a transeúntes en el casco antiguo de la ciudad.
De acuerdo con el testimonio de desertores, las «células dormidas» están formadas por terroristas que no figuran en ninguna «lista de peligrosos». Luego de los atentados de 2005 en Londres, un investigador británico admitió que se había puesto muy poco énfasis en los terroristas que actuaban fuera del radar de los servicios de seguridad, gente en apariencia inofensiva que emigra a Europa paradójicamente alegando que huye del terror. De esta manera, el Estado Islámico ha infiltrado en ese continente a un sinnúmero de los suyos. En consecuencia, entre los europeos predomina el miedo a los inmigrantes. Según el Centro de Investigaciones Pew, en ocho de esos países, la mayoría de la población cree que los refugiados incrementan el riesgo de ataques terroristas: Hungría, Polonia, Holanda, Alemania, Italia, Suecia, Grecia y Reino Unido. Es un sentimiento dominado por el pánico, que es mayor luego de cada matanza, como la ocurrida en Niza, o de cada agresión, como la de Baviera. Ambos crímenes siguen la misma pauta. Y ya nadie puede dar por seguro que cuando aborde un tren, se siente en un restaurante, visite una plaza o viaje como turista con su familia está a salvo de monstruosidades así.