El Mundo Latinoamérica

¿Prefieres levantarte temprano o tarde?

Esta nota forma parte del próximo libro de la autora de este artículo. El libro se titula “RESPUESTAS A FACEBOOK y otros textos impúdicos”.

Por Mercedes Chenaut

Los7Días.com

“Ser o no ser, esa es la cuestión”. Y más adelante del famoso monólogo: “Morir, dormir; dormir… quizás soñar”. Y por ahora sin calavera a la vista, Face, aunque uno siempre crea recordar al príncipe Hamlet sosteniéndola, mientras reflexiona frente al público. Eso sucede en otra escena, mucho más adelante. Callate, me decís, callate Corazoncita… y entonces yo, que estuve a punto de irme para siempre de tu vida después de escuchar tu primer callate, me ablando por lo de Corazoncita y sigo atenta a lo que querés decir. No me des clases de literatura, contestame sólo si te gusta despertarte temprano o tarde, me apurás.

Yo no puedo con mi genio y vuelvo a los textos, a lo del momento en que realmente hace su aparición la calavera y a lo de dormir y morir y soñar de la tragedia de Shakespeare.

Shakespeare, uno de los amores de Borges, como Borges es uno de mis amores. El mayor. Ese Maestro dice: “… la muerte/que teme nuestra carne es esa muerte/de cada noche, que se llama sueño…” y en “Otro poema de los dones” vuelve a vincularlos: “Por la muerte y el sueño, esos dos tesoros ocultos”.

Recordar e imaginar
Respondiendo a tu pregunta, amigo, diría que no importa demasiado si prefiero despertarme temprano o tarde porque lo que yo sé hacer, y muy bien, es recordar e imaginar, y sucede tanto en el sueño como en la vigilia. Si abro los ojos cuando aún es de noche, la duermevela posterior se llena de imágenes. Bellas muchas veces, preocupantes otras, y no faltan ocasiones en que son terribles. Como las de esta madrugada. Vi a una jovencita –yo misma– a mis 18 años, cercana a casarme y a tener mi primer hijo, y completamente ciega, no porque tuviera clausurados los ojos sino porque vivía inmersa en la oquedad de un nido sin ventanas. En esa clausura –una verdadera ergástula diría el Maestro Jorge Luis– convivían horrores y maravillas y la gente que allí pasaba sus días –mi gente– pensaba y actuaba como lo hacían los cuerdos y los buenos: nada de sacar los pies del plato (aquí me permito un carraspeo). El 24 de marzo de 1976 escuchamos el comunicado número 1 de la Junta Militar que diezmaría el país, con el alivio de quienes creían a pie juntillas que volvían al orden y a la paz. Es cierto que el horror había hecho de las suyas. ¿Te acordás, Face? (no, vos sos muy joven y esto sólo lo debés haber leído). El país estaba muy enfermo, cada día se lastimaba más, con una violencia que venía arrastrándose desde hacía mucho tiempo, y se sumaron los secuestros de la triple A y la confusión política nacida de un Perón senil cuyos hilos eran manipulados por un brujo (con perdón de los brujos), un tal López Rega, que hoy se ha reencarnado en otro hombre, en un ecuatoriano, también de doble apellido. Hablo de un tal Durán Barba. (Y aquí me persigno).

Para la fecha que tratamos, la del comienzo de la caída de la patria al fondo del peor abismo de nuestra historia contemporánea, yo vivía, como lo dije, en medio de gente que celebró el 24 de Marzo. Padecí algunos años más de ceguera ideológica porque a la falta de ventanas en mi casa familiar, se sumarían la visión de mundo de quien llegó a mi vida en calidad de marido, más los mil trajines de la maternidad y los estudios en una universidad privada, desde la que se alcanzaba a ver lo que estaba sucediendo por hendijas pequeñísimas. Una de esas benditas hendijas se llamó Alicia Bellomo, que también enseñaba en la universidad pública, y tenía a su cargo la cátedra de Literatura Latinoamericana y Argentina. En la clandestinidad, en un adorable e imprescindible acto de rebeldía a los programas del establecimiento, Alicia nos dio la posibilidad de conocer y amar a los autores del boom latinoamericano, y también a quien se había constituido para mí en una obsesión: hablo de Borges, por supuesto.

Exilio
Cuando Victoria, prima de mi padre, abandonó el país en calidad de exiliada política, cayó al fin el pañuelo que me cubría los ojos y empecé a ver a las apañueladas de la plaza de Mayo, a los dictadores con sus charreteras de pacotilla y sus mentes siniestras, muchos de ellos convencidos de que la eliminación de quienes pensaban era algo de vida o muerte (sí, de vida o muerte). Yo podría haber sido una de las eliminadas. Eso lo había intuido mi novio, cuando estando con una beca en Alemania, me exigió que lo esperara estudiando en lugar seguro. Ante esa especie de orden, se me encresparon todas las plumas del gallo que soy –así lo dice el horóscopo chino– pero su padre, un hombre de inteligencia escolástica (reconozco que quizás me salvó la vida) logró que me allanara al pedido de su hijo. Triunfaron el discurso de quien sería mi primer suegro y el amor. Eso es evidente.

Yo podría haber sido una de las eliminadas, pensé también esta mañana cuando me desperté, antes de que el sol saliese, momento en que comencé mi consuetudinario soñar despierta luego de haber soñado dormida con el pozo de Vargas y los huesos que continúa erupcionando 40 años después, con los helicópteros sobre el lago del dique el Cadillal arrojando al fondo oscuro hombres y mujeres narcotizados; luego de haber soñado dormida con la selva de yungas que atravesábamos camino a Tafí del Valle y que en los años setentas se había vuelto un lugar difícil, peligroso. Nunca sabíamos, cuando nos detenían para revisarnos los autos y palpar de armas a los hombres, si seguiríamos viaje o nos detendrían por alguna razón nimia. Y digo razón nimia porque nosotros –los que no sacábamos los pies del plato– no éramos blanco de quienes mataban y hacían desaparecer en nombre del estado porque a su criterio, no hacíamos nada que atentara o subvirtiera lo que se consideraban las buenas costumbres. Pero a veces una pequeñez, aun a nosotros, nos ponía en jaque.

Malos momentos
Podría haber sido yo una de las eliminadas, digo, pero sólo potencialmente, porque mis gritos comenzaron recién cerca del 82, cuando la guerra de Malvinas me terminó de sacudir, de iluminar con su fuego. (Lo digo parafraseando, por supuesto, el título de la película protagonizada por Gastón Pauls).
Esos gritos, estos gritos de hoy, compensan el silencio casi cómplice de la jovencita atolondrada de 18 años, que no tenía por dónde mirar el mundo y existía abstraída por las tragedias familiares que se producían sin solución de continuidad. Mi alarido actual exclama: ¡Presente!, porque he sacado hace mucho los pies del plato y he asumido los riesgos que conlleva, mucho menores por supuesto que los de aquella época; pero riesgos y costos al fin. He perdido amigos, amigas, algunos parientes; me he ganado malos momentos, ofensas, incomprensión. Pero aquí estoy, porque padezco el síndrome del sobreviviente y los que hemos sobrevivido intentamos repetir, en actos creativos y de intención sublimatoria, el destino de los que no.

Estos son los efectos de despertarme temprano, Face. Podría vivir como si nada, haciéndome la tonta, como si la sociedad no estuviera expresando síntomas de que aún algunos tentáculos del monstruo están vivos y pretenden regresar para ahogarnos. Pero si recurriera –ahora voluntariamente– a la venda en los ojos, o me hiciera la bien dormida, la que carece de pesadillas, y me quedara más tiempo en la cama, estaría traicionándome. Y eso no sería una vida que valga la pena, amigo Face. Por eso estoy aquí. De pie.

Resistiendo.

 

Las opiniones y el contenido expresados en este artículo son exclusivamente las de su autor y no reflejan la posición editorial de Los7Días.com.

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