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Lo que más oímos decir hoy día es que el periodista es un paradigma de la libertad de expresión.
Actualidad Sociedad

Dos caras de la noticia. ¿Una de cal y otra de arena?

Por Roberto Casín
Los7Días.com

Cada vez que leo un artículo o un reportaje auténtico vuelvo a tener razones para sentirme agradecido de los reporteros que me enseñaron lo que es un buen o un mal periodista.

Contra viento y marea, el credo de la profesión sigue siendo lo que siempre fue, un culto por lo que acontece, y el mandato de describir los hechos de forma concisa siendo sólo fieles a lo que se escucha y a lo que se ve. Eso a pesar de que no faltan quienes ponen su mejor esfuerzo en hacer de la vocación por informar una suerte de prédica.

Lo que más oímos decir hoy día es que el periodista es un paradigma de la libertad de expresión, y un baluarte de la democracia. Hasta en ocasiones se subestima que, por sobre todas las cosas, el reportero es un testigo excepcional de sucesos insospechados, oídos del que no oye, y ojos del que no ve.

Aquellos reporteros
Eran de una sola pieza aquellos reporteros clásicos que salían a vérselas con las noticias sin saber dónde o cómo iban a hallarlas, guiados exclusivamente por el instinto, a cazarlas como quien va al bosque escopeta al hombro. Y digo aquellos, y me atrevo a ponerles de calificativo el de clásicos, porque aunque todavía quedan, van siendo como las ruinas del mundo romano, aún sólidas e imponentes, pero escasas. Y ojalá que no lleguemos a añorarlos por irrepetibles.

Los reporteros de antaño jamás escucharon decir que el periodismo era una ciencia de la comunicación. Y mucho menos que firmar un reportaje en un periódico o ponerle cara a las noticias en la televisión era un compromiso social. Para ellos el arte de informar era primero un modo de ganarse honradamente la vida, y segundo, una corajuda y arriesgada pasión antes que una responsabilidad.

Entonces no se hablaba tanto como hoy de ética. Tampoco de objetividad. Y no por eso se dejaba de hacer buen periodismo. Ni encajar una denuncia oportuna. El compromiso no era ni con las circunstancias ni con los entrevistados, ni siquiera con su nombre porque la fama jamás les importo. La regla de oro del buen reportero era no faltarle el respeto al público, con apego estricto y devota entrega a una sola cosa: la pura e incuestionable verdad.

Afortunadamente eso no ha cambiado. Muy a pesar del empeño de algunos porque la verdad tenga dos caras, y que se le dé más importancia a las cátedras de ética, donde los aspirantes a “comunicadores” se armen de cautela legal y aprendan a dosificar los kilotones de repercusión política que pueda generar una noticia, antes que adiestrarse en el “abc” de la profesión y en uno de sus más preciados artificios, el del buen decir.

Reporteros protegidos
A diferencia de los de ayer, los reporteros de hoy llevan en el bolsillo una buena póliza de vida. Y aunque la gente pueda seguir matándose en las calles, y las injusticias sepan igual que hace medio siglo, gracias a los adelantos de la tecnología y la jurisprudencia ya no tienen que ir en busca de la noticia necesariamente a pecho descubierto, y siempre van con las espaldas protegidas.

Otro sorprendente fruto de la modernidad, y una tendencia especialmente en boga en la prensa americana, es el de presentar la noticia en dos dimensiones, una de cal y otra de arena. De un lado, los acusadores y del otro los acusados. En una párrafo el agresor y en el otro el agredido. A eso le llaman equilibrio editorial. El periodista en la esquina de nadie. La objetividad, erróneamente, equiparada con neutralidad.

El complejo de que no la tilden de parcial ha ido asfixiando tanto a una parte de la prensa que lo que sobra hoy en el periodismo son obstáculos legales, y aunque un criminal haya sido sorprendido apuñalando a muerte a su víctima, y encima de eso confesado su culpa, ningún reportero está autorizado a hablar del asesino, sólo del presunto asesino, hasta que el sujeto no haya sido declarado convicto por un tribunal.

Si eso no es darle al periodismo una función de arbitraje que nunca tuvo para que se habla tanto entonces de objetividad. Los hechos son siempre los hechos. No hay que ponerles ni quitarles afeites en ninguna mejilla. Lo que un buen reportero necesita es tener lo que hay que tener para decir la verdad. Sin temor al que dirán y sin segundas intenciones.

 

Las opiniones y el contenido expresados en este artículo son exclusivamente las de su autor y no reflejan la posición editorial de Los7Días.com.

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