Por Otto Rodríguez
Los7Días.com
Un buen amigo me ha dicho más de una vez: “lo único sano que nos queda es el bosque”. Si tuviera razón, una parte de ese remanso de paz también podrían robárnosla debido a una reciente propuesta de ley que anda circulando en el Congreso de Estados Unidos.
El plan, que afectaría a 10 estados de la nación, instruye al Secretario del Interior poner a la venta 3.3 millones de acres de tierras públicas (lo cual equivale al tamaño de Connecticut), argumentando que no tienen un propósito para el contribuyente estadounidense.
No hay nada de coincidencia en esta nueva propuesta, pues ocurre en un momento en que la nueva administración trata de instaurar una visión planteada por Donald Trump incluso antes de llegar a la presidencia, la de reducir el proceso de permisos relacionados con los proyectos energéticos y explotar una parte de las tierras federales.
Amenaza a los parques
Todo este empuje viene a poner en jaque a los Parques Nacionales, que muchos consideran la mejor idea de América, y como es de esperar, las primeras en relamerse con la idea de abrir tierras públicas a la prospección y explotación de crudo son Exxon-Mobil y otras compañías del clan petrolero y de la minería.
Sucede que nuestros Parques Naciones, refugios naturales y zonas tribales, atesoran mucho más que senderos encantadores, cañones rojizos y bosques casi vírgenes. En ellos hay vastas cantidades de petróleo, gas natural, hulla, uranio y otros minerales codiciados, en territorios que comienzan en el gélido Ártico, pasan por las majestuosas montañas rocosas de Norteamérica, y terminan en el Golfo de México.
En medio del torbellino de ideas y órdenes ejecutivas de la nueva administración, un cabildero nombrado Jack Gerard, presidente del Instituto del Petróleo Americano, dijo recientemente: “Ésta es una oportunidad única, que se da una vez en la vida”. Y tiene razón este señor, pues no todos los días se presenta en Estados Unidos la posibilidad de arrebatarle un trozo al patrimonio nacional, tierras que comenzaron a preservarse desde hace más de 100 años para el disfrute de las generaciones futuras, sin importar a qué clase pertenecerían.
No en balde una parte de la plataforma de campaña del presidente Trump se basó en la promesa de explotar las inmensas reservas de petróleo, hulla y gas natural del país, que se calculan en 50 billones de dólares, y algunos de sus asesores han propuesto privatizar reservas de nativos americanos en las que se encuentra una quinta parte de esas reservas.
Tierras públicas
Administradas por el Departamento del Interior, el gobierno es dueño de aproximadamente 640 millones de acres situados en casi todos los estados de la nación, de manera que la idea de explotar algunos de esos territorios pudiera hacerse realidad con apenas otro plumazo del recién estrenado mandatario.
Al menos las intenciones están ahí, pues Trump nominó al representante Ryan Zinke, un escéptico del cambio climático y acérrimo partidario de la minería, al puesto de Secretario del Interior. Para los ambientalistas y todos aquéllos que desean preservar la majestuosidad de los Parques Nacionales, la nominación de Zinke significa echar por tierra el propósito supremo del departamento que dirigiría, el cual establece proteger las tierras públicas y el patrimonio cultural en ellas.
Cuando veo toda esta renovada fiebre de “drill, baby, drill” no puedo evitar pensar en lugares como Angels Landing, Cohab Canyon, Grinnell Glacier, Capitol Gorge y Logan Pass, joyas naturales en las que comulgan democráticamente todas las clases de nuestra nación, y que podrían terminar en un charco de crudo o demolidas por dinamita.
No basta el demostrado cambio climático y el asedio al que están sometidos algunos de nuestros parques y muchos de sus ecosistemas, sino que ahora también nos vienen con la idea de extraer petróleo y explotar zonas del patrimonio nacional. Si realmente el bosque es lo único que nos queda sano, va siendo hora de defenderlo.