Por Roberto Casín
Los7Días.com
De tanto perseverar cualquiera diría que están triunfando. Con tenaz obediencia y desbordada docilidad han ido abriéndose paso en el mundo corporativo y profesional. Nada los intimida. Y ni su propia incultura los arredra. Son inmunes al ridículo y menosprecian los diccionarios. Hablo de los brutos, esos cafres de cuello y corbata y las adorables zafias de tacón y perfume que han logrado parapetarse en nuestras instituciones, ministerios, medios de difusión y otros ámbitos de menor monta.
Por culpa de ellos, el mundo está dejando de ser como nos lo pintaron en las escuelas y las universidades, y como todavía según muchos libros y tratados debería ser: un infinito mar de educandos y educadores. Nada de raciocinio ni de estudios, menos de talento y erudición. El único progreso académico de los necios es que han aprendido a procurarse una sonrisa siempre alerta y a desarrollar habilidades para la simulación.
Algunas personas decentes aún se resisten a creerlo, y se preguntan cómo es posible que tantos brutos logren pasar por lumbreras siendo tan cortos de luz. Pues nada, esa es la explicación, no hay otra: artes escénicas. Se robaron las dotes de los charlatanes, y como no tienen con qué convencer, engatusan; como no son capaces de persuadir, embaucan, y por cada docena de sus embustes hay tres docenas de incautos, bobalicones y flojos de temple dispuestos a dejarse engañar.
Tradiciones desmoronadas
Ese ha sido su gran mérito pero no el único. El que mayores beneficios les ha rendido, sin embargo, es el de agruparse, tenderse la mano los unos a los otros, y una vez en puestos claves tejer subrepticiamente una red de mangoneo y de asociados para abrirles sitio a sus congéneres. Eso es, espíritu de gremio. Ya lo dice el refrán: una mano lava la otra.
Hay quien dirá que exagero porque suena terrible. Pero con el desmoramiento de las tradiciones también se han quebrantado reglas, y sin que nos lo hayamos propuesto conscientemente el mundo cada día está más patas arriba. En muchos empleos donde se exigía experiencia ya basta con derrochar simpatía o credenciales de adulador; y en los que era requisito tener una sólida instrucción es suficiente con mostrar un buen trasero, brazos de Tarzán o encantos de otra frívola naturaleza.
Las consecuencias son obvias, los brutos han cobrado fuerza y terreno. Y como en nuestros días la discriminación de cualquier tipo es tan penalizada, hasta eso los favorece. Ya nadie se atreve a vociferar en público ”es más bruto que un burro”, o ”es más necia que una mula”. Y menos en el trabajo. De frases sinceramente ofensivas han pasado a ser expresiones políticamente incorrectas, o lo que es lo mismo, suficientes para que algún jefe se encolerice, se sienta aludido, y el bocón tenga que irse, despedido, a hacer fila a la oficina de desempleados.
Rendir cuentas
Pobres los que deben rendirle cuentas a un cretino. No la pasan peor los que tienen que ir a recoger agua al río en un balde agujereado. Tuve un entrañable amigo que sufría amargamente la impunidad de los incultos, y trataba de convencerme de que aun castigándoles a aprenderse el Cantar del Mío Cid de memoria no se alcanzaba a hacer justicia. A mí, que los he escuchado despotricar abiertamente contra la ”vieja” cultura, con desprecio y resquemor, en defensa de la esterilidad y la ignorancia que les distingue.
Es verdad que siempre se tiene el consuelo de cambiar de empleo y andar con suerte para que no le vuelva a tocar de mandamás un tipo tan bruto e iletrado. Lo que es inadmisible es que ahora, por obligación, el diablo sepa más por diablo que por viejo. Y que además haya tantos cafres y patanes empeñados en que el refrán no sea el que es.