Por Roberto Casín
Los7Días.com
Cuántas virtudes han dejado de ser lo que eran. Cuántas sólo son hoy extrañezas semánticas. Quién habla ya de la lealtad, por ejemplo. Quién la practica salvo nuestras mascotas. Me atrevería a augurar que si se hiciera una encuesta pública no faltarían quienes se lamenten y hasta se avergüencen de no conocer por el nombre a “esa artista”.
La lista por desgracia no acaba ahí. O es que la cortesía no ha pasado a ser también una añoranza, un deseo en fuga, sobre todo a la hora de más tráfico, cuando los temerarios y soplatubos al volante hacen papilla los buenos modales, la precaucación y la amabilidad en las autopistas y avenidas.
Y qué me dicen de esos superjefes o superjefas, que se cruzan con uno bien de mañana en un pasillo, quijada al cielo, mirada distante y paso ajeno, sin darnos los buenos días. Y por supuesto sin intenciones tampoco de avisarnos cuando sean malos.
Maneras olvidadas
Ni que hablar de los hombres que ya no les ceden paso o asiento a las mujeres, y que tampoco practican la galantería porque nadie les dijo que existía, porque son pocas entre sus conocidas las que la aprecian, o porque quizás ya no las ven tan femeninas. Simplemente, la cortesía y la caballerosidad hace rato que no estén en boga.
Por cuanto seguimos venerando hoy a los antiguos griegos, para quienes la sabiduría era la llave de todas las virtudes. Un hombre sumamente ilustrado era la palanca que todo lo movia; la luz que todo lo alumbraba. Valían tanto que no alcanzaba a cotizarlos ninguna moneda. Hoy de hecho los únicos admirados como sabios son los que logran hacer dinero. Sin importar cómo, lo mismo da de teleprofeta, de futbolista que de reguetonero.
Para que mencionar el respeto a los mayores. El culto a los ancianos es leña de piras nostálgicas. Y su extinción esta emparentada con el desprecio que los atorrantes de la modernidad sienten por la experiencia que sólo dan los años. En la escuela una de las primeras cosas que me enseñaron fue que, para aprender, debía escuchar a los de más edad. Hoy en las aulas esa es una lección en blanco. Y en muchas corporaciones una conducta fuera de código.
Tampoco se exalta ya la amistad, al menos no con los quilates que tuvo en mi infancia, cuando por honor era inaudito delatar a un compañero de clase, aun cuando hubiese cometido una grave falta, y se veía normal confiarle al amigo las cuitas de amor por una condiscípula o una maestra. Y para mayor desconsuelo el amigo del barrio es hoy una computadora.
Virtudes que ya no existen
Nada, que todos lo que nos hicimos hombres de esa forma, a la vieja usanza, seríamos hoy unos fuera de la ley y unos depravados. Eso sin pensar en tachas mayores, porque si mi abuela estuviera viva estaría cumpliendo cadena perpetua por todos los cintazos que me dio de niño para disciplinarme.
Así las cosas, para qué pensar en otras virtudes como la tolerancia. Quién va a proponerse aplicarla con tanto intolerante haciendo de las suyas dondequiera. Y pobre del que además intente convencer hoy a un banquero de que los fracasos enseñan más que los éxitos, o a un abogado de que la gratitud de un hombre que reclama justicia no tiene precio.
Que tal de la franqueza desplazada a todo encubrimiento por la hipocresía. No es común ver a un funcionario, a un gran ejecutivo, sin importarle el que dirán. Y bien contadas las excepciones, cuesta saber lo que quieren callar muchos servidores públicos electos.
Noticias con dos caras
Otra pariente es la imparcialidad suplantada por la doblez. Y en cuanto a eso nadie supera a algunos de mis colegas, que se empeñan en buscarles a la noticias dos caras, una para opinar a hurtadillas y otra para aparentar que son objetivos. En mis tiempos de estudiante de periodismo, por definición las noticias no necesitaban de intérpretes, sólo reporteros.
La lealtad escasea, la cortesía enmudeció, la galantería boquea, la sabiduría está de luto, el respeto a los mayores se fue de rumba, y la amistad, la franqueza y la imparcialidad están en venta. Recién hemos empezado a padecerlo. Ojalá que nunca tengamos que lamentarlo.