Por Roberto Casín
Los7Días.com
Lo dijo ya hace unos cuantos años Enrique Jardiel Poncela, y ahora los japoneses se han propuesto con lujurioso empeño, organizada lascivia y alevosía empresarial darle todo el crédito que puedan a una de las frases célebres del memorable escritor madrileño: “el amor es una comedia en un acto, el sexual”.
Esfuerzo podría costarles echar a un lado el ritmo de los tiempos modernos y restarle horas a la empecinada laboriosidad que los ha hecho tan japoneses. Ellos se han dedicado a trabajar y punto. En consecuencia, todos estos años, la sexualidad llegó a convertírseles en algo así como una merienda intercalada, un fugaz receso, a veces a regañadientes, en medio de la agotadora jornada laboral.
La nación se transformó en un gigante crisol de ingenios electrónicos, una factoría de sorprendentes maravillas tecnológicas, y poco a poco fue perdiendo tiempo y terreno para el amor, embrujo vital en la aritmética de la vida. A falta de ocasión el sexo se fue apagando, y ni la tradicional seducción que durante siglos ejerció en Japón el encanto de las geishas, logró rescatar al país de su inapetencia erótica.
Tiempo para amar
Pero eso podría cambiar muy pronto. Al menos el propósito de los grandes empresarios, de la musculatura corporativa que hace andar a la nación, es que en el país se establezcan semanas familiares, para que sus trabajadores puedan estar más tiempo en casa con la gente que ama, y de paso, por qué no, asuman el amor con ímpetu de superación profesional.
Eso es tener sensibilidad, altruismo empresarial. Lindo gesto, ¿verdad? Sobre todo después que un estudio reveló este año que más de la tercera parte de las parejas casadas no habían tenido relaciones sexuales en un mes. Regresar a la cama en busca del tiempo perdido, podría ser buena receta para una sociedad donde –por común– la muerte ocasionada por el exceso de trabajo tiene hasta nombre propio, el karoshi.
Pero el interés de los empresarios no parece ser tanto cambiarle el rostro a la muerte como desencadenar la libido de sus empleados. Al punto que una gran federación, que agrupa a más de un millar de compañías y es la voz de los grandes negocios en Japón, recomendó las llamadas semanas familiares para que, sin excusas ni sonrojos, las parejas tengan más hijos, porque hay que detener la declinante tasa de natalidad.
El generoso humanismo de las corporaciones las ha hecho prever que si la cosa sigue así, con el tiempo no tendrán los trabajadores que necesitan. Y la voz de alarma ya se implementó en algunos lados: los empleados deben irse a casa temprano. Por ejemplo, la Nippon Oil, la mayor firma petrolera del país, ha prohibido a su gente que labore los fines de semana, y de lunes a viernes deben pedir permiso para hacerlo pasadas las 7 de la noche.
Runrún afrodisíaco
Hace poco Japón figuraba en tercer lugar entre las naciones con semanas laborales más largas, sólo detrás de Corea del Sur y de nosotros. Así que pongámonos a tiro para que todo ese runrún afrodisíaco que retumba al otro lado del mundo nos favorezca, porque aquí en casa, la salud sexual tampoco anda muy cuerda que digamos con tanta interferencia legal donde no se debe, y tanto desmayo jurídico donde sí.
A ver si no resulta ya ofensivo y ridículo hasta el cliché que la norma para los políticos sea andar cogiditos con ternura de la mano de sus esposas, posando como preciosos dechados de fidelidad conyugal, y que después se sepa que ya no calentaban la alcoba, que al señor se le descubra un romance o una amante y se le ponga en el asador con más entusiasmo y delirio que si hubiera embaucado a sus ciudadanos o dilapidado el erario público.
En materia de sexo, deberíamos aprender más de la naturalidad de muchos europeos y latinos, que aman sin tapujos ni ceremonias, y que no presumen de angelitos en su vida privada para que luego, neciamente, se les tome por igual en la pública.
De cualquier manera, con el ingenio y la tenacidad de los japoneses no se juega, y como consecuencia del trompetazo para multiplicar la especie, a lo mejor pronto tendremos en el mercado pulseras digitales para estimular la libido, pinturas labiales más poderosas que la Viagra, o algún sensacional invento, duradero y barato, que permita disfrutar asiduamente de los deleites carnales a impotentes y miopes sexuales.