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Romper la soga por donde más vale se ha ido haciendo la costumbre.
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Haciendo de tripas corazón

Por Roberto Casín
Los7Días.com

Con la inmisericorde ola de despidos que nos asalta en estos días, un buen amigo tuvo hace poco la osada ingenuidad de decirme: tú no debes tener problemas en conseguir nuevo empleo. Hace más de 30 años que vives del periodismo y es absurdo pensar que no puedas seguir viviendo de él, menos con la falta de profesionales de experiencia que hay en todos lados.

A decir verdad, contuve la carcajada por no hacerle un desaire a mi buen amigo, y por respeto además a muchos colegas, de sobrada calificación y también sin pitanza asegurada, que de lo que menos ganas tienen hoy día es de reír.

Tocando a fondo, el asunto parece ser un poco más enrevesado y torcido de lo que algunos se imaginan. En añadidura a la crisis económica que nos está poniendo al parir, me temo que el problema también está relacionado con cierta indolencia cívica, desgano moral, y una perversidad empresarial muy común en nuestros días y de la que para mi asombro apenas se habla. En época de penurias, es lógico que las corporaciones reduzcan gastos y recorten egresos. En casa también se hace. Lo diferente es que los empresarios nunca habían obrado con tanta impudicia.

Se van primero los mejores
No hablo del qué sino del cómo. Resulta que los años y las destrezas que alguien haya acumulado en una profesión u oficio no cuentan. O mejor dicho, sí cuentan, pero al revés. Lo habitual va siendo ya que cuando hay que botar a alguien de una compañía entre los primeros en irse de patas a la calle estén los empleados de más años en la empresa o los de más pericia en su trabajo. Son los más calificados, pero también casi siempre son los que más ganan, y quienes más beneficios cobrarán a la hora del retiro mientras más duren en su puesto.

A fin de cuentas, ninguno es insustituible, porque abundan los jefes que, si acaso, saben muchísimo menos que ellos y arden en deseos de hallarles reemplazo con bisoños que por la mitad de sueldo suelen ser dóciles, y que por novicios casi siempre hacen ciegamente lo que los supervisores quieren.

Romper la soga por donde más vale se ha ido haciendo la costumbre. Todavía está por ver el ejecutivo principal que comience por sanear las finanzas y poner coto a las pérdidas de su compañía reduciéndose el sueldo. Y hay que entenderlos, porque sería pedirles mucho. Es raro ya ver uno que no gane millones o cuando menos cientos de miles de dólares al año, lo mismo si es una mega que una microempresa, igual si la lleva a la gloria que si la hunde en la bancarrota. Los perjudicados, que aprieten (ya saben qué) y le den a los pedales. Tal y como lo sentenció el anuncio publicitario de una mueblería de Miami: “aquí lo que importa es el cash”.

Negocios turbios
La sangre de los negocios se ha ido enturbiando de tal manera que todo lo que una vez hizo grande el espíritu corporativo de esta nación –cuando los de abajo no eran tan poca cosa comparados con los de arriba–: lealtad al trabajador, fidelidad al cliente, calidad a toda prueba, presteza y eficiencia a tiro hecho, son ahora frases huecas. Esas fueron por muchos años las coordenadas del triunfo para unos y para otros. Y de cierta manera hemos empezado a desandar el camino, retrocediendo sobre la misma ruta que le abrió al país las puertas de la grandeza.

Una de las razones es que para muchos negocios la fórmula ya no es conquistar ganancias, sino exprimirlas, y donde pueden ganar mil dólares, buscan embolsarse 10 mil. Y al que no le guste, soberanamente, que se vaya a tomar por el saco. A eso antes le decían avaricia. Suerte tuvimos cuando los avaros no podían actuar a manos sueltas y con igual desenfado porque no eran bien vistos. Tenían que obrar a la sombra para eludir la ira, el desprecio y la represalia de los ciudadanos. Pero ya no es así.

Ahora los altos ejecutivos de las compañías están un tiempo dorando la píldora y sus cofres, haciéndoles cuentos chinos a los accionistas, y si las cosas terminan mal, qué se va a hacer, ellos se van a casita con las manos llenas y casi siempre limpias, disfrutan a la sombra unos años su botín, y si no les basta con eso luego se reciclan en otro sitio y en otra empresa; amigos no les faltarán. En cambio, los que cada día se ganan el pan modestamente, esos que realmente construyen con sus manos o nos enriquecen la vida con su talento siempre paran en las mismas: haciendo de tripas corazón.

 

Las opiniones y el contenido expresados en este artículo son exclusivamente las de su autor y no reflejan la posición editorial de Los7Días.com.

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