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La cantidad de contraseñas que manejamos diariamente puede resultar abrumadora.
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Contraseñas y contrariedades

Por Roberto Casín
Los7Días.com

Ya casi hay que conferirle a la contraseña, al igual que hicimos con las tarjetas de crédito, un lugar merecido entre los más diabólicos artificios de nuestra época. No hablo de la palabra o signo que además del santo y seña permite el mutuo reconocimiento de dos personas. Me refiero al password, esa identidad inmanente con que se nos obliga a vivir en esta automatizada era de las computadoras.

La contraseña no tiene género. Lo mismo puede ser masculina que femenina. Y hasta neutral. Que más da, con tal de que funcione. Entre sus reglas de origen no cuentan la lógica ni la coherencia. Algunas tienen sentido, otras no. Las hay de sólo cinco caracteres, y hasta de más de una docena. Depende de las circunstancias y del interesado. También de los bancos, de las compañías que hacen negocio por Internet, y de los operadores de transacciones electrónicas, que a medida que se generaliza el robo de identidades van siendo cada vez más cautelosos y exigentes.

Solo su naturaleza secreta ha salvado a la contraseña de las garras de los mercaderes. Si no, ya habría un sinnúmero de avispados exclusivamente dedicados a diseñarle a cada cual la que más le guste o la que se merece. Aunque sobran sin duda los tratados de cómo hacerse de una contraseña efectiva, al estilo de las minienciclopedias que nos adiestran en las artes de cómo redactar un buen currículum o resumé.

Para todos los gustos
También es cuestión de personalidad. Cada cual selecciona la contraseña más a tono con su carácter o temperamento. Las mentes más profundas, y los promiscuos, sin duda prefieren los engendros de letras y números; los pragmáticos, las combinaciones más cortas y sencillas.

Algunas terminan siendo más emocionales que ingeniosas, como la de un amigo abogado que para tener acceso a su cuenta bancaria estuvo utilizando meses la de yo_el_bribón, pero acabó por buscarse otra, convencido de que alguien con un poco de perspicacia podía fácilmente descifrársela.

El asunto es que ya no se puede prescindir de ellas. Hacen falta para extraer o depositar dinero; para hacer compras electrónicas; para hacerse socio de alguna institución o colectividad. Y amenazan con ser imprescindibles para menesteres vulgarmente rutinarios, como abrir la puerta de los automóviles, poner en movimiento los elevadores de los edificios y —quién lo duda— hasta para tomar agua en los bebederos.

De cualquier manera, ya son el Abrete Sésamo de gran cantidad de información clasificada en corporaciones, y bases de datos militares. Aunque, cuidado: si no se escogen y protegen con cello, lo mismo pueden abrirle la puerta a uno que a los ladrones. De hecho, la guía para crear contraseñas del Departamento de Defensa de Estados Unidos tiene 30 páginas de extensión.

La gran calamidad es que se han sumado, como apéndice en demasía, a otros medios de identidad hasta ahora más convencionales, como el número del Seguro Social y el de la licencia de conducción.

Decenas de contraseñas
Pero lo peor no es el lio cerebral que se nos ha creado con su añadidura. El problema mayúsculo está en que no son solo una, dos o tres, sino que ya prometen contarse por decenas. Y no siempre la combinación de sus componentes puede repetirse para aligerarnos la memoria.

De modo que ya nada parece salvarnos del potaje numérico de las contraseñas. La cosa pinta negra. Y quién quita que en un mundo cada vez más globalizado, las confusiones de esa naturaleza lleguen a ser hasta peligrosas.

Que tal que utilicemos en el supermercado el password de la ferretería, o en el proctólogo, el del plomero que viene a destupirnos el tragante de la cocina. Hay incluso quien teme que, antes de que los bebés puedan venir al mundo, sus padres deban fabricarle una contraseña.

Y quien sabe si algún día hasta para morirse tranquilo y tener asegurado un fune-ral decoroso, alquien entre los dolientes deba saberse el password que la funeraria le dio en vida al finado.

Las opiniones y el contenido expresados en este artículo son exclusivamente las de su autor y no reflejan la posición editorial de Los7Días.com.

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